Cuenta la
leyenda que el amigo Luiggi tomaba cada año un avión rumbo a Inverness siete días antes de semana
santa. Desde allí conducía un coche con destino al lago Ness donde se sentaba
a la espera de que saliera alguna criatura de aquel charco inmenso. Con mucha
paciencia, doy fe que tenía gran temple, capturaba un par de monstruos y, tras
alguna resistencia por parte de los engendros, se los traía a Málaga. Es más, puedo asegurar que llegué a tomar copas en
el mítico Ruta 69 en compañía de la mismísima Nessie. Lo que pasa es que mi conocido negaba la mayor
y nos aseguraba que aquellos esperpentos eran naturales de la provincia de
Jaén. Algunos miembros de la Orden de
los Gorriones Fornicantes afirmaban que las naturales de esa provincia eran
singularmente horripilantes. Yo, lo juro, no estoy convencido de tal
aseveración.
Lo peor de
aquellos espantos femeninos no eran lo mal terminadas que estaban sino el
escaso talento que tenían para el chascarrillo ocurrente. Vaya que no habían
sido tocadas por la varita de la comedia. Y fíjense que las feas son siempre
mujeres agradabilísimas. Tal vez fuera el prolongado espacio que pasaban bajo
agua o, que realmente eran nacidas en esa provincia tan castellana, diga lo que
diga la propaganda oficial de Canal Sur. Llegado a este punto he de destacar
que desde hace algún tiempo llamo a mi tele la caja lista porque, sin que yo se
lo haya mandado, me ha desconectado los canales de ese cochambroso medio. Se lo
comentaba yo el otro día a mi amiga la monja, a la que llamo cariñosamente Sor Citroën
por su manía de conducir mirando siempre hacia atrás. Puedo asegurar, y aseguro, que es la hermana
de cualquier congregación religiosa que más ángeles de la guarda tiene a su
disposición. Millones de espíritus celestes siempre dispuestos a que salga viva
de esas carreteras que inventaron los hombres a los que, ya saben, no nos
importan que ellas sean feas si tienen algo de gracia.Las aberraciones de las que les hablo, que habrían sido la delicia de cualquier amante de la criptozoología, se sentaban a nuestra mesa a cuatro cañas de la mar y hablaban sin decir nada. Mi amigo, que todo hay que decirlo, disfrutaba de la compañía de lo que fueran aquellas cosas. Por mi parte, siempre encontraba una excusa para ir a cantar al rompeolas aunque fuese con la única compañía de mi respiración profunda. Tal vez hoy esté recordando todas aquellas risas que nos echábamos apostando por el tipo de monstruo que, con toda seguridad, iba a traer el bueno de Luiggi, porque esa ola gigantesca llamada depresión me ha golpeado muy fuerte. Es una onda marina mortal. Un maretazo peor que un tsunami que empuja a mi velero contra las rocas. Es un hundimiento total que ni siquiera me deja ver la silueta de mi amada Isla de los Naufragios donde he de morir. Al menos, espero hacerlo con una sonrisa en los labios y con la dignidad de un marino.
Sergio Calle
Llorens
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