Llegaron las primeras nevadas al país malagueño y el personal le ha hecho todo tipo de fiesta. En la comarca de la Axarquía las cumbres están cubiertas de un manto blanco rotundo que compite con el azul del mediterráneo. En las de Ronda y Antequera el paisaje níveo contrasta con el cielo que se nos ha pintado de oscuro. Ahora estamos convencidos de que con cuatro tormentas de copos albinos, tendremos una primavera de hierbas maravillosas. La nieve es buena para rellenar los arroyos y los ríos pero, especialmente, para la agricultura de los lugareños que hablan de copiosas nevadas en el pasado. Nunca de dinero, si no es para quejarse, claro.
Una cosa sorprendente es como camina el personal cuando cae la nieve o la lluvia. Ponen cara compungida cuando entran en contacto con el líquido elemento. Pareciera que les hubieran dado la peor noticia de sus vidas. Yo, en cambio, acepto la nieve con el rostro henchido de felicidad. Una vez más avanzo entre pinsapos y quejigos cubiertos por un manto blanco de felicidad, con ese andar que tenemos los guapos al echar pasos por los caminos. Podría decir que lo peor es el viento que ulula y golpea con fuerza. Es como si quisiera advertirnos del peligro mientras ascendemos y vemos alejarse las poblaciones cercanas de la Sierra de las Nieves. El elemento blanco, en cualquier caso, puede ser un elemento peligroso si no va uno con cuidado. Lo mejor es no dejarse sorprender por ella, aunque hoy todo el mundo ha puesto cara de asombro al volver a reencontrarse con esta vieja amiga.
La nieve también nos deja bellas estampas en la capital de la Serranía; esos palacios y ese tajo que son aún más impresionantes, si cabe, adornados por ella. También en Yunquera donde hemos quedado para tomar un cochinillo lechal del país muy rico. Tras la copiosa comida, un silencio inenarrable junto a una chimenea rotunda y eficacísima. Estamos cansados de caminar por la nieve y hay que recuperar fuerzas, pero alguien apunta a tomar un vino en el "Por Fin", en la calle de los caldos. Dicen que se llama así porque es una vía placentera llena de bares y el último, por supuesto, hace referencia al grito de guerra de los locales; por fín me voy a beber el último.
Salimos al exterior donde la nieve ha alcanzado los rincones de esta parte tan mágica de Málaga. Comprobamos la invisibilidad del horizonte, el humo de la lumbre que sale de esas mágicas chimeneas. Llevamos el frío en el interior aunque estamos tapados hasta la gola. No hay manera de arreglarlo, la frialdad es inmensa en este invierno recién estrenado. Es un frío de alambique pero alejado de ese humedad persistente abajo en la Costa. De una iglesia cercana oímos el tañir de las campanas y el personal, el escaso personal con el que nos topamos, anda con celeridad.
En estas comarcas, los contrastes son severos; de la calor hemos pasado al frío tremebundo. Lo sorprendente es que a veces, muchas veces, esas diferencias de temperatura también se dan en los rincones del país. Esas playas en las que los turistas entran en calor al socaire del Lorenzo, mientras los lugareños de las tierras del norte pasan un frío intenso. Ahora, para nuestra suerte, los vientos han dejado de luchar para traernos la buena nueva de la nieve y los fríos. Se agradece el detalle de la tregua mientras entramos en un último bar a beber el último vino de la larga jornada. Allí escuchamos de boca de un lugareño, profesor y muy culto, leyendas que en su parla adquieren tonalidades de misterio. Se encienden las primeras lucecitas de estos pueblos hechizados. Si no tuviera que viajar, me quedaría aquí escuchando al viejo maestro mientras cae la nieve y en mi cabeza me dibujo mapas de mis próximas visita a los bosques. Cae la noche y, con ella, un servidor cae rendido ante tanta belleza y tanta caminata.
Sergi Calle Llorens
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