Fuimos un cuento breve que leeré mil veces. Fuimos un estrella fugaz que pasó desapercibida. Fuimos, en definitiva, una ola azulada que escribió la palabra desamor en la orilla. Una curva marina como la que contemplo desde la terraza de un restaurante en Puerto Santiago- Tenerife- allí observo a una pareja de jóvenes en la playa mientras degusto carne de ciervo flambeado con oporto. Una delicia tan agradable como la chica eslava que discute con su novio. Hasta nuestra atalaya llegan sus gritos desgarrados y su llanto. Él trata de abrazarla pero la rubia se zafa con facilidad. De pronto, se hace un silencio y todas las parejas que allí se encuentran tornan sus ojos al espectáculo del primer amor; ese que deja huella, ese que volverá como una punzada en el corazón hasta el último día de nuestros días. Todos los presentes nos miramos y sonreímos ante la escena que completan un par de pescadores, unas gaviotas graznan en el cielo y, todo, a unas millas naúticas de la isla de la Gomera. Incluso la camarera deja de servir el cherne y el sancocho canario que ha pedido una pareja de suecos. Finalmente ella se aleja de él con sus grandes zancadas y, de mi boca sale la vieja tonada de Everly Brothers; " Bye bye love, bye bye happines, hello loneliness, I think I am-a-gonna cry" y, por supuesto, los comensales se arrancan con unas risas. Un señore escocés deja caer que el chico va a salirse finalmente con las suyas. Ya ven, hay hombres que saben interpretar las lágrimas de una mujer. Y así ocurre, todo termina en un profundo abrazo regado de unos besos muy tiernos. Entonces todos nos levantamos y les aplaudimos. Ella parece azorada, él nos hace la señal de la victoria. El ambiente ha cambiado porque el amor parece haber triunfado y todos nos sentimos más dichosos y más contentos.
Tal vez la escena de la que acabamos de ser testigo sea, Dios no lo quiera, ese cuento breve que él, o ella, leerán mil veces. Quizá, aquel recuerdo se convierta en esa ola azulada tan dolorosa con la imagen impresa de la persona a la que perdimos. Y de esas perdidas y naufrágios habla la canción triste del mar. La misma tonada que suena en las costas de Puerto Santiago.
Sergio Calle Llorens
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