Prefiero un honrado copista en mangas de camisa que cientos
de proyectistas con sus extrañas ideas para cambiar el mundo. También soy muy
partidario de aquellos que gozan de un talento del que yo carezco. De ahí que
llegue al éxtasis escuchando a una buena violinista con dedos acariciantes de
notas imposibles. Escuchar y aprender de aquellos que sabe más que uno. Aquí
tienen la causa por la que nunca veo películas porno.
Una de mis pasiones es la cocina arcaica, sólida y
convincente. Un homenaje que nos podemos dar cuando sabemos como combinar los
manjares que nos ofrece la madre naturaleza. Un buen salmón a la escandinava. Una
codorniz mediterránea. Esas trufas del bosque descubiertas con el rumor sordo
del río como música de fondo. Esas aguas verdes y rosados endebles en donde
buscar los ingredientes perfectos para nuestros platos. Sin embargo, que un
arte como el culinario se convierta en una competición estilo Gran Hermano me
parece un insulto a la inteligencia. Esos
cocineros que se prestan a juegos de niños en los que hay que correr para
preparar un buen plato y no ser expulsados del plató. En la cocina, como en la
vida, no hay que tener más prisa que la necesaria. Recuerdo a mi madre cocinado
con los cristales de la cocina empañados y el valle metido en aguas. Ese olor a
cocina añeja con una niebla azulada y fina componía una estampa maravillosa que
guardo en algún lugar del ático de mi memoria.
La cocina es voluptuosidad pura. Melancolía de esos olores
sabrosos que degustamos con nuestros seres queridos. Master Chef, en cambio, se
asemeja a un campo de batalla en el que se violan los más elementales códigos
del buen cocinero; ser buena persona es uno de ellos y, con toda seguridad, el
más importante. La dulce mansedumbre de una cocinera en silencio frente al
espectáculo dantesco de esa absurda manía de hablar con las gentes sin tener
nada que decir. Master Chef es un homenaje al mal gusto y está en las antípodas
del clasicismo mediterráneo que tanto admiro.
Guisar o aderezar platos debe ser como la buena lírica donde
la solidez de la prosa es lo importante y los descubrimientos tienen un valor
secundario. Platos y obras que por mucho que pase el tiempo no olvidaremos jamás. De Master Chef lo único que recordamos es lo hijo de putas que puede llegar a
ser esos cocineros con sus anémicas estratégicas de Cabos chusqueros para cargarse a los compañeros.
El caracol tiene un valor científico, al margen de su
evidente calidad culinaria. Empero no llego a entender el beneficio del
programa de Chicote. Nada nuevo si nos atenemos a la programación actual de
televisión. Un medio, por otra parte, en el que uno puedo constata rápidamente
la escasa capacidad intelectual de sus participantes. Ahí tienen al mismísimo
Fernando Ramos cuya sección chorra en un programa de deportes demuestra que la
caja tonta está llena, precisamente, de tontos. A veces algunos han disimulado
su tontura muy bien como es el caso de Nuria Roca. la guapa valenciana comenzó con Waku Waku y ha
terminado bailando como una mamarracha para hacer publicidad a su patético
programa de radio. De Marilo Montero usaremos aquella frase lapidaria de
Bernardo Shuster: “No hace falta decir nada mas”. Total lo dice ella todo.
Creo que ahora que con el frío será mejor pasar el tiempo
contemplando pasivamente el fuego. Cruzar por el campo cuyo suelo luce como un
escaparate de joyería. Sí, ese volver al amor de la lumbre con un buen libro
entre las manos y esa lluvia que envuelve con una manta impalpable. Cualquier
cosa antes de tener que aguantar a los representantes patrios del papanatismo. Y las que yo menciono son infinitamente superiores.
Sergio Calle Llorens
Lo arcaico, lo sencillo, lo casual, muchas veces es lo mejor: las grandes relaciones y proyectos, muchas veces se logran sin querer ir más allá del divertimento. Excelente blog, compañero. Me adhiero a su lista.
ResponderEliminarMuchas gracias amigo. Nos leemos. Un abrazo.
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