Las Repúblicas bananeras se caracterizan por tres cosas. La
primera se basa en el hecho de que la corrupción es la norma y está amparada
por aquellos que ostentan el poder. Es más esos mismos gobernantes no tienen
ningún interés en acabar con ella. La segunda característica es que los
dirigentes están más preocupados de beneficiar a determinadas empresas que en
el bienestar de los ciudadanos. La tercera cualidad que define a un territorio
bananero es que la voz de los ciudadanos críticos es silenciada por el poder y,
sólo aquellos que informan en posición genuflexa a la hora de informar
reciben todo tipo de parabienes.
Es evidente que todas estas características se dan en
Andalucía, región que tras recibir una lluvia constante de millones para el
desarrollo sigue siendo región 1, o lo que es lo mismo, subdesarrollada. A día
de hoy, desgraciadamente, estamos más cerca de Guinea Ecuatorial o de Venezuela
que del Reino de Dinamarca. En nuestra taifa bananera se contratan a hijos de
grandes gerifaltes de la secta del capullo- véase Paula Chaves- para mediar con
el gobierno andaluz y obtener subvenciones millonarias. Algo que acontece con
regularidad en la gran mayoría de países africanos En resumen, que la corrupción
es la norma en Andalucía gracias a las prácticas mafiosas y gansteriles del
PSOE andaluz.
A pesar de las evidencias de corrupción como los cursos de formación
o los ERE fraudulentos, todavía hay papanatas que se ofenden cuando pongo el
dedo en la llaga. Ayer mismo, Pedro Altamirano, representante de un andalucismo
trasnochado, me insultaba por las redes sociales y me invitaba a marcharme al “Estado
Catalán”. Tras hacerle ver que yo nací en Málaga, me dijo que no era digno de
esta tierra tras rebuznar torpes insultos.
Lo normal en estos casos.
Quiero recordar que el PA y su ideología tienen un apoyo en la Capital de la Costa del Sol de 0,0 por
ciento. Y no es algo nuevo porque sus votantes caben en una cabina de teléfono. En el resto de la provincia no les va mucho mejor desde
que sus dirigentes en Marbella tuvieran que huir de la justicia española o visitar el
trullo. Por ello, no sé en nombre de quien habla este lerdo andalucista a quien
no conocen ni en su casa a la hora de comer.
Málaga es tierra cosmopolita y
liberal que respeta las opiniones de los demás y, sobre todo, la procedencia de
cada cual. Que un tipo, por muy botarate que sea, se dedique a soñar con la
elaboración de listas de buenos o malos andaluces, constituye un peligro que
debe ser atajado.
Cataluña empezó con un nacionalismo de baja intensidad. Eran
poquísimos y muy inofensivos hasta que, gracias a la torpeza del PSOE nacional
al entregar la competencia de educación a las comunidades autónomas, comenzaron
a manipular la historia. Gentuza como Altamirano nos debe hacer estar alerta
para que el nuevo andalucismo del siglo XXI no termine con miles de ciudadanos
asesinados en las cunetas.
Conozco mi tierra y la
gran mayoría ve con naturalidad que otros muchos malagueños portemos nombres familiares como Llorens,
Kent, Gross, Pedersen o Van Dyck. Aquí
hablamos diferentes idiomas junto al mediterráneo y a nadie, que yo sepa, le ha
importado jamás lo más mínimo. Estoy convencido de que ni ellos, representantes
del nacionalismo de campanario, sobran. Al fin y al cabo alguien tiene que vaciarnos los contenedores de basura.
Sergio Calle Llorens
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