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miércoles, 1 de octubre de 2014

DE GATOS Y TETAS

 Me parece muy bien que a buena parte de la población femenina mundial tenga querencia por los gatos. Personalmente prefiero darle un buen repaso a unas buenas domingas un domingo, o cuando se tercie, que acariciar un puñetero minino. Cuestión de gustos y de prioridades.  Además suelo poner mi mano derecho en el pecho de una mujer y la izquierda en la cartera cuando suena el himno de Andalucía.  Mis patéticas vecinas, en cambio, suelen alimentar a diario a esos tigres pequeños en sus puertas. Ayer mismamente había tantos gatos en el exterior como años tenía Jesucristo cuando fue crucificado.

El 33 es un número maestro que combina los poderes más competentes de expresión y realización. En la Cabala que nos legó el malagueño Ben Gabirol con sus enseñanzas místicas del XI muy influidas por el gnosticismo y el neoplatonismo. De estas cosas las propietarias colindantes no tienen ni puñetera idea. Y del valor simbólico de esos números maestros tampoco. Lo suyo es, básicamente, joder al prójimo. La falta de respeto con la que estas arpías nos condenan a que lidiemos con los maullidos de las gatas en celo y sus excrementos no tiene parangón. Si aplicamos la teoría de otra habitante de estas calles diríamos que la estupidez  de las señoras se basa en que  no ha evolucionado correctamente. Curiosa formula para justificar lo injustificable.

Así que no hay madrugada en la que esos Donjuanes no peleen por las hembras, las crías lloren por su comida y las mujeres nieguen ser la responsables de que los mininos parezcan elefantes de lo cebado que los tienen. Comienzo a sospechar que a mayor frustración sexual de una mujer más atención reciben esos bastardos. Una de las responsables del desaguisado tiene una cara como de berenjena hinchada en la que destaca un boniato como nariz. Una tipeja que rompe con aquella máxima que afirma que las mujeres feas suelen ser agradabilísimas.

Ante esta situación tengo la opción abierta de llamar al correspondiente departamento para que se lleve a los mininos. Sin embargo, creo que no lo haré por dos razones; la primera es que la figura de un gato maullando a la Diosa Noctiluca no está tan mal después de todo. Y la segunda se basa en el conocimiento de que con la otoñada podré volver a ocultarme de esas arpías hasta que el sol vuelva a calentar este rincón mediterráneo. Tal vez para entonces se hayan muerto más de la mitad. Dejo al inteligente lector dilucidar si me refiero a los gatos o a esas señoras que tanto aman sus rabos.


Sergio Calle Llorens

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