El tiempo pasa veloz
junto a la patria salada y, se torna cansino cuando uno anda en la lontananza.
Esas olas que me acercan certezas o, las alejan según el día, me hacen recordar
a la gente que perdí, en mis logros y en mis fracasos. Cuando estoy lejos siempre pienso en la más mínima variación de la mar y en lo que eso pude afectarme.
Esas aguas se reflejan mis emociones, la
belleza de su mirada, el primer sol de la mañana, los recuerdos lejanos, la
querencia por los momentos perdidos. Incluso la soledad que me pinta el alma a
la hora del crepúsculo y me conduce a un estado de nostalgia. Cuando vivía en
Londres solía buscarme en uno de los estanques de Kensington Gardens pero no
hallaba nada. Caminaba por Queens Walk en busca aventuras secretas. Baker
Street y aquel restaurante griego que me hacían sentir más en casa. Aquel libro
de Josep Pla, Cuaderno Gris, que disfrazado de flor modesta encerraba todo un
bosque de sabiduría. En esa bruma londinense fui feliz aunque, justo es
reconocerlo, algo menos que en la dublinesa. En la capital británica me empapé
de Rock and Roll por las calles de Camden Town. Hubo tiempo para las leyendas y
las pasiones prohibidas. Aquel viaje a las altas tierras de Escocia donde abracé
de nuevo a los celtas. Aquella locura de San Fermín.
Recuerdos lejanos que guardo en algún lugar del ático de mi
memoria. El tiempo pasa veloz y en la mar se refleja aquella nieve en la otoñada
en Queensway que me sorprendió muy de mañana. Ahora todo aquello es una sombra
como los personajes de la muerte de James Joyce. Apenas quedamos el mar y yo.
Creo que hay muchos que todavía piensan que no volví nunca. A la gran mayoría
no le importa en absoluto si perecí por esos mundos. Empero, sigo con el corazón
palpitante que se emociona igual por el roce del viento que por el lenguaje del
bosque.
Siento que habito en una dimensión paralela que me lleva a
ese Pub de Galway donde escuché una balada que me robó el corazón para siempre.
Un paraíso al resguardo de los que no me merecen. Mi personal e intransferible
mundo interior. A veces, a mi playa llegan rumores de personas que se acercan
con curiosidad. La mayoría de ellas no tiene nada que contarme, ni una única
cosa que aportarme. Jamás salieron de los escasos límites de sus procesos
mentales. No podría explicarles la vida que he llevado. No sabría ni por donde
empezar. Prefiero la ocultación permanente a la exposición de mis secretos. Si
supieran la verdad, se darían cuenta de lo poco que han hecho en este mundo. Alzo
la mirada y mis ojos ven a la luna, lejana y bellísima pero dolorosamente
inalcanzable. Le lanzo un guiño. Sólo ella conoce mis arcanos deseos de
desaparecer para siempre. El último que apague la luz.
Coda: La emozioni sono un viso, una bocca, uno sguardo, una
carezza, il primo sole dell’alba, l’odore del chioccolato, il freddo dolcissimo
del gelato sulla lengua, il silenzio della neve. Lei.
Sergio Calle Llorens
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