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viernes, 29 de agosto de 2014

EL CARAJOTE DE LEÓN


Ya saben que el patriotismo andaluz no es lo mío. Sin embargo, algunas veces, muy pocas veces, me molesta que  algunos vengan a darnos lecciones, porque una cosa es que yo critique ciertas actitudes sureñas y, otra bien distinta, que un patán venga a escupir en mi plato. Les pongo en antecedentes; cuatro de la tarde y un calor africano.  Toda la semana trabajando 16 horas. Correcciones de libros, clases de idiomas y miles de tareas que no admiten un mañana. Para colmo estoy enfermo y no soy capaz de dormir muchas horas seguidas. Nos sentamos frente al mediterráneo para despedir a una compañera de trabajo. Polaca y brillante para más señas. A la mesa se encuentran otros colegas y gente arribada de media Europa. Incluso hay un leonés cuyo rostro apunta a una tara mental manifiesta. Luego sus palabras van a corroborar la impresión general.  Tinto de verano versus tonto estival.

Las conversaciones son en español y en inglés. Todo va bien. Hasta nosotros llega el rumor de las olas y una ligera brisa marina. Entonces el tipo abre la boca para afirmar que odia profundamente a los malagueños y al resto de andaluces. Dice que somos todos unos vagos y, poco a poco, comienza a tocarme literalmente la moral. Como suelo hacer de estas cosas un asunto personal y, jamás huyo de un buen combate, le replico que si los malagueños somos tan holgazanes, cómo se explica que en términos generales aportemos más a la riqueza nacional que la provincia de León. 

 León, que bien podría ser un barrio de Málaga,  es superada en habitantes por poblaciones como Marbella y, no digamos, en materia económica por Torremolinos, Benalmádena o Fuengirola. De Málaga capital ni hablamos. Empero, el cretino sigue con su retahíla de insultos contra los sureños. Como le doy una paliza dialéctica de la que no se puede levantar, replica que si Málaga estuviera llena de vascos todo funcionaría mejor. De haber estado en un bar, el leonés habría vuelto a su tierra sin un diente, pero como estoy entre compañeros, trago saliva y le digo cuatro verdades al zangolotino que lo hacen callar el resto de la tarde.

Hay que ser muy imbécil para ir de vacaciones a un sitio donde habita gente a la que odias. Hay que ser retrasado mental profundo para soltar en una conversación tantos despropósitos, porque todos tenemos nuestras filias y fobias pero nos alejamos de las últimas como alma que lleva el diablo. Obviamente esta historia tiene un epílogo y es que, tan mal de boca nos dejó a todos, que en las semanas siguientes comenzamos a pedir información del sujeto. Poco a poco, fuimos conociendo la historia del pendejo que con 32 años sólo ha salido a Londres a mejorar su inglés. Del lerdo que tiene el cuerpo de tatuajes con nombres de sus familiares los cuales desconocen de su existencia. En resumidas cuentas, un abrazafarolas que en tres décadas de existencia ha tenido un único trabajo. El de payaso no cuenta porque no cobra por ello.

Debería existir una ley que prohibiera a hideputas semejantes bañarse en nuestras aguas, respirar nuestro aire y disfrutar de un ambiente tan cosmopolita. Una legislación que impidiera que gentuza como Marcos el leonés arribara a nuestras costas. Como eso es imposible, sólo espero que en un futuro no muy lejano, me vuelva a encontrar como el paisano de Rodríguez Zapatero. Ya saben, un callejón oscuro, choques de aceros en la noche y un imbécil cenando con Jesucristo antes de tiempo. Amén.

Sergio Calle Llorens



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