Las conversaciones son en español y en inglés. Todo va bien.
Hasta nosotros llega el rumor de las olas y una ligera brisa marina. Entonces
el tipo abre la boca para afirmar que odia profundamente a los malagueños y al
resto de andaluces. Dice que somos todos unos vagos y, poco a poco, comienza a
tocarme literalmente la moral. Como suelo hacer de estas cosas un asunto
personal y, jamás huyo de un buen combate, le replico que si los malagueños somos tan holgazanes, cómo se explica que en términos generales aportemos más a la riqueza nacional que la provincia de León.
León, que bien podría ser un barrio de Málaga, es superada en habitantes por poblaciones como
Marbella y, no digamos, en materia económica por Torremolinos, Benalmádena o
Fuengirola. De Málaga capital ni hablamos. Empero, el cretino sigue con su
retahíla de insultos contra los sureños. Como le doy una paliza dialéctica de la que no se
puede levantar, replica que si Málaga estuviera llena de vascos todo funcionaría
mejor. De haber estado en un bar, el leonés habría vuelto a su tierra sin un
diente, pero como estoy entre compañeros, trago saliva y le digo cuatro verdades
al zangolotino que lo hacen callar el resto de la tarde.
Hay que ser muy imbécil para ir de vacaciones a un sitio
donde habita gente a la que odias. Hay que ser retrasado mental profundo para
soltar en una conversación tantos despropósitos, porque todos tenemos nuestras
filias y fobias pero nos alejamos de las últimas como alma que lleva el diablo.
Obviamente esta historia tiene un epílogo y es que, tan mal de boca nos dejó a
todos, que en las semanas siguientes comenzamos a pedir información del
sujeto. Poco a poco, fuimos conociendo la historia del pendejo que con 32 años
sólo ha salido a Londres a mejorar su inglés. Del lerdo que tiene el cuerpo de
tatuajes con nombres de sus familiares los cuales desconocen de su existencia.
En resumidas cuentas, un abrazafarolas que en tres décadas de existencia ha
tenido un único trabajo. El de payaso no cuenta porque no cobra por ello.
Debería existir una ley que prohibiera a hideputas
semejantes bañarse en nuestras aguas, respirar nuestro aire y disfrutar de un
ambiente tan cosmopolita. Una legislación que impidiera que gentuza como Marcos
el leonés arribara a nuestras costas. Como eso es imposible, sólo espero que
en un futuro no muy lejano, me vuelva a encontrar como el paisano de Rodríguez
Zapatero. Ya saben, un callejón oscuro, choques de aceros en la noche y un
imbécil cenando con Jesucristo antes de tiempo. Amén.
Sergio Calle Llorens
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