Eisenhower permaneció observando el rodar de los aviones por
las pistas y su lento despegue. Uno tras otro se adentraron en la más absoluta
oscuridad. Mientras se agrupaban en formación, describieron círculos por encima
del campo. Eisenhower, con las manos en los bolsillos, miraba hacia el cielo
nocturno. Cuando la enorme formación de aviones rugió por primera vez por
encima del campo y enfiló Francia, el corresponsal de la NBC , Red Mueller, miró a
Eisenhower. El Comandante supremo tenía los ojos llenos de lágrimas.
Minutos después, en el Canal, los hombres de la flota de
invasión oyeron el rugido de los aviones. El ruido se hizo por momentos más
fuerte, y oleada tras oleada pasaron por encima de sus cabezas. La formación tardó
un buen rato en acabar de pasar. Luego, el zumbido de los motores comenzó a
decrecer. En el puente del U.S.S, el Teniente Bartow Farr, los oficiales de
guardia y el corresponsal de guerra de la NEA , Tom Wolf tenían la mirada puesta en la
oscuridad. Nadie podía decir una palabra. Y mientras pasaba por encima la última
formación, una luz ambarina pestañeó la flota. Lentamente señaló en Morse tres
puntos y un guión: la V
de Victoria.
La luz de la luna inundaba la habitación. La señora Angéle
Levrault, de sesenta años, maestra en Ste- Mére- Église, abrió lentamente los
ojos. En la pared que estaba frente a su cama parpadeaban silenciosamente luces
rojas y blancas. La señora se incorporó y observó con detenimiento. Las
titilantes parecían deslizarse lentamente pared abajo. La maestra se puso los
zapatos y una bata, se dirigió a la cocina y, por la puerta trasera, salió
fuera de casa. En el jardín reinaba la tranquilidad más completa. Casi parecía de día a causa de los
resplandores y de la luz de la luna. Fue entonces cuando oyó un extraño
revoloteo por encima de ella. Miró hacia arriba. Flotando en dirección al jardín
había un paracaídas con un bulto balanceándose debajo de él. Por un segundo se
tapó la luna y en ese momento el soldado Robert M. Murhpy, perteneciente al
505º Regimiento de la 82 División Aerotransportada un explorador, cayó con un
golpe seco en el jardín, a veinte metros de distancia. La señora Levrault se
quedó petrificada.
El paracaidista de dieciocho años, sacó rápidamente un
cuchillo, cortó las ligaduras que le sujetaban a su paracaídas, recogió un gran
saco y se puso de pie. Entonces vio a la señora Levrault. Se miraron uno al
otro un instante. Mientras la anciana le miraba horrorizada, el soldado se pudo
un dedo en los labios, haciendo un gesto de silencio, y desapareció velozmente.
Eran las doce y cuarto de la noche del martes 6 de junio. El día D había
comenzado.
Al igual que Murphy, todos los paracaidistas lanzados en esa
zona intentaron llegar a sus objetivos. Estos paracaidistas de feroz aspecto
partieron hasta sus puntos de reunión, avanzando silenciosamente de seto en
seto, con sus abultados trajes de salto y sobrecargados con fusiles, minas y
paneles fluorescentes. Muchos de ellos murieron por el fuego enemigo, otros, en
cambio, perecieron ahogados en las marismas cercanas. Sin embargo, uno de ellos
no sólo evitó a la muerte, sino que encontró al amor de su vida tras poner un
pie en territorio francés. Aquel soldado
que fue advertido de que en Normandía su único amigo sería Dios, pudo ver la
cara de un ángel que luego se convertiría en su esposa para el resto de su
vida. Y es que aunque el destino no hace visitas a domicilio, a veces, muy
pocas veces, podemos encontrarlo sin que hayamos hecho casi nada por merecerlo.
Por eso si usted es uno de esos que ya no cree en la buena suerte o,
simplemente se encuentra deprimido, decirle que aunque la desesperación toque
en nuestra puerta, lo mejor es abrir y comprobar que no hay nadie. Tengan fe y,
sobre todo, esperanza en un futuro mejor.
Finalmente, y en homenaje a todos los caídos en aquellas ya lejanas batallas, quiero compartir la canción
del otoño. Ese poema que sirvió a los aliados para comunicar a la Resistencia francesa
que la invasión iba a producirse. Murieron por nuestra libertad. Tengamos
nosotros la valentía de seguir luchando por ella. Con fe. Con esperanza.
Les sanglots longs
Des violons
De l'automne
Blessent mon coeur
D'une langueur
Monotone.
Tout suffocant
Et blême, quand
Sonne l'heure,
Je me souviens
Des jours anciens
Et je pleure
Et je m'en vais
Au vent mauvais
Qui m'emporte
Deçà, delà,
Pareil àla
Feuille morte.
Des violons
De l'automne
Blessent mon coeur
D'une langueur
Monotone.
Tout suffocant
Et blême, quand
Sonne l'heure,
Je me souviens
Des jours anciens
Et je pleure
Et je m'en vais
Au vent mauvais
Qui m'emporte
Deçà, delà,
Pareil à
Feuille morte.
Sergio Calle Llorens
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