La luz de la tarde se iba desparramando a la hora en la que Albert decidió pedirle a Sharon que fuera al baile de fin de curso con él. Un
acontecimiento que los americanos llaman The Prom. Se conocían desde hace años
y, a pesar de las diferencias, se habían hecho inseparables. Él era judío y
ella católica practicante. Él de clase humilde y ella de clase acomodada. Parecía
que fue ayer cuando la había visto por primera vez con su pelo rubio al viento
y su cara de ángel. Fue mirarla y ella le correspondió con una sonrisa de miel. Pensó que era la chica más bella que había visto nunca. Y,
probablemente, lo era.
En Sharon había encontrado a una alma gemela y, cada vez que
sonreía su mundo cobraba sentido como por ensalmo. Todavía recordaba aquella
jornada en Nueva York cuando ella le tomó de la mano para ir al club donde
tocaba su tío Edward. Un garito mítico de la ciudad de los rascacielos situado
en el 57 de Grove street. Tras el concierto durmieron en casa de su padre que
tenía un lujoso apartamento en Tribeca- Triangle Below Canal- y en la que había
hecho su vida con su nueva familia. Albert siempre se refería a esas jornadas
como su “escapada mágica”. Desgraciadamente la leucemia que padecía no le
permitía hacer las actividades de los otros jóvenes de su edad.
Curiosamente Sharon era la única que no parecía importarle
que su amigo no tuviera un solo pelo en su cuerpo. Tampoco que la gente le
pusiera motes hirientes a su amigo. Los dos compartían aficiones como el baile
y la música. Ambos tocaban la guitarra y, como no podía ser de otra manera, la
idea de que fueran juntos al baile de fin de curso, se les antojaba a todos de lo
más natural del mundo.
Albert respiró hondo y continuó andando en dirección a la
casa de su enamorada. De pronto escuchó su voz al otro lado de la valla. Hablaba
con alguien cuya voz le resultaba familiar. Aceleró el paso para doblar la
esquina y ver de quien se trataba, cuando al hacerlo vio que ella estaba besando
al capitán del equipo de baloncesto. Un chico muy alto que era el objeto de
deseo de la gran mayoría de las compañeras del colegio. Creía que era de Boston
aunque no estaba muy seguro. Se besaban con una ternura infinita y entonces el
mundo, su mundo, la única salida que él había encontrado para salir de su
enfermedad, se hizo añicos. No podría decir cuanto tiempo estuvo allí mirando
como Sharon y aquel chico se comían a besos. Quería moverse pero era incapaz de
hacerlo. Estaba, por decirlo de alguna manera, paralizado. Entonces ella alzó
la vista y lo vio. A él se le cayeron las flores al suelo antes de salir
corriendo.
Ella lo llamó por teléfono repetidamente aquella noche pero él,
destrozado como estaba, no quiso responder. Fue su madre la que le dio algunas
excusas extravagantes a la joven cuyo único pecado había sido enamorarse del
tipo más popular de la escuela. En la cabeza de Albert una idea fija campeaba
libremente; ¿cómo podía haber sido tan estúpido para pensar que una chica tan
impresionante pudiera sentir algo por un cadáver como él? No pudo pegar ojo en
toda la noche y, lo más duro fue enfrentarse a ella en el colegio. El
inevitable encuentro tuvo lugar en la cafetería y, allí ella le sacó la promesa
de que, a pesar de que no irían juntos al baile de fin de curso, el último
baile sería para él. Lo vio sonreír y ya más tranquila se fue a sentar junto a
sus compañeras.
El día del baile Sharon estaba radiante con su vestido
blanco y su peinado chic. Pasó la velada junto a su nuevo novio moviéndose a ritmo
de los éxitos del momento. Sin embargo, por mucho que esperó a Albert, éste no
apareció y aquel último baile prometido jamás llegó a ocurrir. Su amigo falleció
tres semanas más tardes de una infección al quedarse sin defensa alguna por la
maldita quimioterapia. Sharon nunca se perdonó haber dejado tirado al muchacho
que más la quiso en su vida.
Este año su hija mayor está tremendamente ilusionada por el
baile de fin de curso. Tina, que así se llama la criatura, se parece muchísimo
a su madre y, como ella muchos años antes, cuenta los minutos para poder asistir al
acontecimiento de la mano de un chico especial. Cuando su madre la vea salir de
casa para el acontecimiento, sus ojos volverán a llenarse de lágrimas como
viene ocurriendo, de forma matemática, desde aquel lejano 1988. Como de
costumbre volverá a escuchar “For the longest time” de Billy Joel y se abrazará
a la almohada para contener el llanto.
¡Maldito cáncer!
Sergio Calle Llorens
Que extraño que el chico judío se enamorase de la acomodada chica católica.Seguro que si la chica no fuera solvente economicamente, al judío, se le pasaría rapidamente el ataque de cuernos.Palestina free!!!
ResponderEliminar¡Palestina Free! pero de retrasados mentales como tú. En cualquier caso, te invito a que te apuntes a las juventudes hitlerianas y dejes de dar el coñazo. Eso sí, antes recuerda que Jerusalén esta mañana sigue luciendo la bandera del estado de Israel; la única democracia de Oriente Próximo. A joderse tocan.
EliminarQue extraño que el chico judío se enamorase de la acomodada chica católica.Seguro que si la chica no fuera solvente economicamente, al judío, se le pasaría rapidamente el ataque de cuernos.Palestina free!!!
ResponderEliminar¡Palestina Free! pero de retrasados mentales como tú. En cualquier caso, te invito a que te apuntes a las juventudes hitlerianas y dejes de dar el coñazo. Eso sí, antes recuerda que Jerusalén esta mañana sigue luciendo la bandera del estado de Israel; la única democracia de Oriente Próximo. A joderse tocan.
EliminarComo eres doblemente idiota, te contesto por duplicado.