El rumor sordo del río me llama, presto a la descubierta,
saltando por encima de las piedras de ese campo mediterráneo y pone un aire de
misterio. Cuando la lluvia se disipa un poco voy a dar una vuelta. El valle se
estrecha siguiendo el capricho de las curvas del río. No queda lejos la mar
salada que tan bien han retratado los poetas locales. En el país malagueño las
cosas parecen tener una cadencia a lo caracol;animal que, al margen de su interés
científico, posee una calidad culinaria evidente, aunque sin llegar a la de la
perdiz mediterránea.
Tras dos horas largas de pesca sin éxito alguno, mi mirada
se centra en las choperas y fresnedas de los márgenes del río. Esa comunidad
vegetal que hace de cinturón protector de las frías aguas que bajan de la Sierra de las Nieves. Recomienza
a llover con una lenta mansedumbre y un pez salta divertido para comerse una
mosca o, vaya usted a saber, para cachondearse de nosotros, los pescadores.
Anochece y las formas de los árboles parecen adormecerse en
la vaguedad del crepúsculo. Las linternas ponen una luz mortecina en la atmósfera
acuosa cubierta por esa neblina azulada que tanto me gusta. Me atrapan los olores embriagadores de la tierra que luce
como un escaparate de joyería. La paz del valle nos envuelve a todos en el
silencio. Llueve,y pienso en el fuego de las marmitas de alguna casa cercana, y
en una cocina arcaica y convincente donde se sirven platos del mejor yantar.
Camino entre sombras y el rumor del río es ahora un lejano
murmullo que cuenta historias de otro tiempo y otras gentes. Vuelvo al refugio
para recogerme al amor de la lumbre. Me abraza mi hija que me dirige una mirada
con esos ojos embotellados de rayos de luna. Son unos ojos ensimismados en las
llamas. Adivino una atmósfera cargada de matices mientras la leña arde sin
prisas. A lo lejos las olas de la patria salada, que en la mañana competía entre azules fugitivos y turquesas se decantan ahora por un negro oscuro.
Abrazado a mí, me pide una historia alejada de la fantasmagoría. Le hago
caso y de mis labios sale la historia de Juana Walsh Kennedy, una irlandesa que
vivió en el desconocido “Castillito de los irlandeses” de la capital malagueña.
La moza que se esposó con un hombre mucho más viejo que ella. Le cuento como su
pista se pierde en 1950 cuando todavía estaba empadronada en el lugar. Vivía
sola, sin servicio. La narración deja más preguntas que respuestas. Intercambiamos
ideas, reímos y cuando no tenemos nada inteligente que decir, dejamos que el
silencio de la noche nos envuelva una vez más. Por lo que a mí respecta, podría
pasarme el resto de la eternidad en sus brazos y no creo que echara nada de
menos. Noctiluca sonríe en el cielo y el valle está cubierto de una oscuridad
negra y amenazante. Antes de quedarme dormido, de mis labios sale una vieja
oración; “Oh padre, protege a los míos hasta que llegue el amanecer y cuando
eso ocurra, haz lo propio hasta que llegue la noche y se alarguen las sombras”.
Luego en sueños acude a mi mente una
vieja poesía que completa una jornada perfecta en el valle de las sombras.
Una nit de lluna plena
al castell del meu besavi
sento veus d'anima en pena
que provenen d'un armari
jo que l'obro per calmar-me
i un llencçol veig que es desplega
pren la forma d'un fantasma
surt i em diu; Sergi, collega.
Sergio Calle Llorens
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