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sábado, 8 de marzo de 2014

EL VALLE DE LAS SOMBRAS

 El rumor sordo del río me llama, presto a la descubierta, saltando por encima de las piedras de ese campo mediterráneo y pone un aire de misterio. Cuando la lluvia se disipa un poco voy a dar una vuelta. El valle se estrecha siguiendo el capricho de las curvas del río. No queda lejos la mar salada que tan bien han retratado los poetas locales. En el país malagueño las cosas parecen tener una cadencia a lo caracol;animal que, al margen de su interés científico, posee una calidad culinaria evidente, aunque sin llegar a la de la perdiz mediterránea.

Tras dos horas largas de pesca sin éxito alguno, mi mirada se centra en las choperas y fresnedas de los márgenes del río. Esa comunidad vegetal que hace de cinturón protector de las frías aguas que bajan de la Sierra de las Nieves. Recomienza a llover con una lenta mansedumbre y un pez salta divertido para comerse una mosca o, vaya usted a saber, para cachondearse de nosotros, los pescadores.

Anochece y las formas de los árboles parecen adormecerse en la vaguedad del crepúsculo. Las linternas ponen una luz mortecina en la atmósfera acuosa cubierta por esa neblina azulada que tanto me gusta. Me atrapan  los olores embriagadores de la tierra que luce como un escaparate de joyería. La paz del valle nos envuelve a todos en el silencio. Llueve,y pienso en el fuego de las marmitas de alguna casa cercana, y en una cocina arcaica y convincente donde se sirven platos del mejor yantar.

Camino entre sombras y el rumor del río es ahora un lejano murmullo que cuenta historias de otro tiempo y otras gentes. Vuelvo al refugio para recogerme al amor de la lumbre. Me abraza mi hija que me dirige una mirada con esos ojos embotellados de rayos de luna. Son unos ojos ensimismados en las llamas. Adivino una atmósfera cargada de matices mientras la leña arde sin prisas. A lo lejos las olas de la patria salada, que en la mañana competía entre azules fugitivos y turquesas se decantan ahora por un negro oscuro.

Abrazado a mí, me pide una historia alejada de la fantasmagoría. Le hago caso y de mis labios sale la historia de Juana Walsh Kennedy, una irlandesa que vivió en el desconocido “Castillito de los irlandeses” de la capital malagueña. La moza que se esposó con un hombre mucho más viejo que ella. Le cuento como su pista se pierde en 1950 cuando todavía estaba empadronada en el lugar. Vivía sola, sin servicio. La narración deja más preguntas que respuestas. Intercambiamos ideas, reímos y cuando no tenemos nada inteligente que decir, dejamos que el silencio de la noche nos envuelva una vez más. Por lo que a mí respecta, podría pasarme el resto de la eternidad en sus brazos y no creo que echara nada de menos. Noctiluca sonríe en el cielo y el valle está cubierto de una oscuridad negra y amenazante. Antes de quedarme dormido, de mis labios sale una vieja oración; “Oh padre, protege a los míos hasta que llegue el amanecer y cuando eso ocurra, haz lo propio hasta que llegue la noche y se alarguen las sombras”.  Luego en sueños acude a mi mente una vieja poesía que completa una jornada perfecta en el valle de las sombras.

Una nit de lluna plena
al castell del meu besavi
sento veus d'anima en pena
que provenen d'un armari

jo que l'obro per calmar-me
i un llencçol veig que es desplega
pren la forma d'un fantasma
surt i em diu; Sergi, collega. 

Sergio Calle Llorens

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