En realidad, ser fiel es algo muy sencillo. Basta con
encontrar a esa persona que supone tu complemento ideal. Una alma gemela que
sea capaz de elevarte al cielo con una mirada. Todo responde a una lógica
aplastante; teniendo un marisco perfumado por las suaves calmas saladas y las
lunas de las noches blancas, no hay necesidad de salir fuera a comerte una
hamburguesa. El problema es que ese milagro sucede muy pocas veces e, incluso,
cuando sucede, el amor va muriendo muy lentamente hasta que te ves con las
maletas en la calle.
Hoy día para evitar las rupturas, muchos psicólogos sesudos
recomiendan ser infiel que, además, ayuda a mejorar la relación con el cornudo
o cornuda. En cualquier caso, los que estudian la mente aconsejan también no
confesar nunca la falta. Aplican lo de ojos que no ven corazón que no sienten. Después
de todo, a día de hoy no ha habido ningún lumbreras que haya inventado una
maquina para detectar cuernos. Sin duda, el que lo consiga, se forrará. Otros
expertos en los secretos del cerebro humano desaconsejan, colocar unas astas a la parienta y, menos, si padeces del corazón.
Ser infiel no es algo que se reconoce y, mucho menos, en una
encuesta. Yo he conocido a mujeres de misa dominical que se tiraban a medio
barrio. Dicho de otra manera, las apariencias engañan y las encuestas más. No
voy a negar que gran parte de la población sea infiel, de ahí que pululen por la Web miles de páginas que se
dedican a buscarte pareja de guarrerías, pero de ahí a saber el porcentaje de infieles va un abismo.
No tengo ni puñetera idea de si ser fiel es una virtud o en
un defecto. Cada uno que se meta en la cueva que quiera que yo, como saben, no
voy a ir a sacarles. Lo que si digo que el matrimonio es la tumba de la pareja. Y más, si se tiene
descendencia. Las mujeres, por regla general, se convierten en Mantis
Religiosa que una vez apareada intenta, y por todos los medios, destruir al
padre de sus criaturas. Poco a poco, y sin prisa, las excusas para no hacerlo
superan en imaginación a las del caso Bárcenas del PP; dolores de espalda, de
cabeza, menstruales y hasta de huesos que uno desconocía que existieran. De ser
como El Molino con pases de mañana, tarde y noche, pasas a escuchar el Réquiem
de Mozart cada vez que te metes en el lecho conyugal y, así, por supuesto, no
hay forma de que se te levante. Un amigo mío de origen sueco me confesaba que
en el último año de casado, se ha hecho más gallardas que en toda su
adolescencia. Un día que había tomado unas copas de más, le confesó a su legítima su descenso al onanismo y, ésta, muy sorprendida, le preguntó
si cuando lo hacía pensaba en ella. En verdad, no hay ningún hombre que se
masturbe pensando en su mujer; con esos dolores y esa permanente mala leche. Sí,
ya sé que el sexo es como las cartas, si no tienes una buena pareja, lo mejor
es tener una buena mano, pero cansa.
La sexualidad femenina es interior y la masculina exterior.
Una mujer necesita un abrazo después de hacerlo y el hombre necesita, al menos,
un brazo amigo que le alivie de vez en cuando. Todos los que tenemos colita
debemos eyacular cinco veces por semana para alejar de nosotros el fantasma del
cáncer de próstata. Al margen de la salud, un hombre por muy enamorado que esté, si no
tiene sus necesidades cubiertas, le dará igual una guapa o una fea para matar
el gusanillo. Una mujer, en cambio, no se va con cualquiera por muy desesperada que esté.
Me encontraba yo el otro día en la Sierra de las Nieves en
este punto de mis reflexiones, cuando observé como se acercaban unos jóvenes
que, en vez de contemplar la belleza del paisaje, no paraban de mirar sus móviles
y de mandar mensajes. Aquella realidad me dejó perplejo por unos instantes.
Llegué a la conclusión de que las nuevas generaciones serán incapaces de
satisfacer plenamente a sus parejas en el futuro. Sus dedos están hechos para
mandar SMS y desconocen los masajes clitorianos. Incluso, los imagino levantándose
en pleno acto sexual, para ver si alguien les ha escrito algo en el Facebook. No
me extrañaría que en los tiempos venideros, las compañías que se dedican al
tema de la infidelidad coticen al alza en la bolsa.
En el confín, apareció el Torrecilla, gran diamante del país malagueño, todo cubierto de blanca nieve. Las
aguas gemían en los ríos cercanos y los árboles se alargaban esbeltos y
puntiagudos hacia el cielo. Esa bóveda celestial a la que debemos llevar a
nuestra pareja y, en caso contrario, dejarla marchar para siempre. No se puede
ser el perro del hortelano toda la vida. El matrimonio aleja de ese gustodivino por el
disfrute en pareja. Ciertamente, hay algo mucho peor que ser infiel a la otra
persona, que es serlo con nosotros mismos. Dejen de engañarse y, sobre todo,
dejen de hacerse pajas de una puñetera vez.
Dedicado a mi buen amigo Tony en homenaje a su recobrada
libertad.
Sergio Calle Llorens
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