Albert Rivera representa como nadie el viejo anhelo liberal
de que todos los españoles seamos iguales ante la ley. Un sueño que, lejos de materializarse
en la España
de la transición se ha convertido en pesadilla; ventajas fiscales navarras, el
cupo vasco, el peligro de secesión catalana y los deseos de Sevilla de contar
con privilegios económicos por ser capital autonómica. Ante tanto desvarío, el
de Barcelona representa lo mejor de las Españas con un discurso moderado,
inteligente y coherente.
Albert no levanta la voz pero se levanta ante tanta
injusticia. Viene a decirnos que los territorios no pagan impuestos sino los
ciudadanos. Y por ello, encabeza un movimiento que huye del nacionalismo de campanario
instalado en Cataluña. Llegó sin hacer ruido y aunque fue ninguneado por los
medios, sus resultados electorales han sido espectaculares. De nada han valido
los ataques furibundos a su persona en TV3, ni siquiera la quema de las sedes
de su partido.
El catalán por cuyas venas corre sangre malagueña es el
hombre elegido para llevarnos a la tierra prometida. Esa en la que dejamos de
ser súbditos para convertirnos en ciudadanos. Rivera, que es un tipo joven y
apuesto, recuerda al Kennedy de sus mejores tiempos. A diferencia del
americano, el español no pide que la gente se pregunte lo que pueden hacer
ellos por su país, les muestra con el ejemplo lo que hay que hacer por la madre
España; un pacto por la educación que dure más de tres décadas, que el estado
recupere competencias, listas abiertas, una ley electoral justa y proporcional,
un alejamiento de los partidos tradicionales del poder judicial. En definitiva,
cambiar todo aquello que el PP y el PSOE llevan destrozando demasiado tiempo.
A ratos el PSOE se nos vuelve federalismo asimétrico,
republicano, federalista cuando todos sabemos que lo suyo es el latrocinio
institucionalizado. Por su parte, el PP aplica aquella tendencia homicida de
arruinar lo público para luego privatizarlo, por no hablar, claro está, de su
tendencia a retroceder varias décadas en el tiempo. IU es tan totalitaria y tan
bufonesca, que no merece la pena ni su análisis. A lo sumo, dos o tres
pinceladas de Valderas y los suyos son suficientes para salir corriendo.
El movimiento ciudadano pretende apuntalar la constitución
española que, aunque algunos finjan no
saberlo, es la garante de nuestros derechos y libertades, porque en un
estado de derecho, lo legítimo es lo legal. Llevamos desde 1981 viendo como los
nacionalistas catalanes o vascos se pasan las resoluciones judiciales por la
entrepierna. Todo les sale gratis. No hay nada por lo que paguen y la moda es
el insulto a España y a los españoles que no piensan como ellos.
Si Kennedy se enfrentó a la segregación racial, el crimen
organizado y la corrupción política, Rivera tiene que vérselas con una población
radicalizada donde el adversario político no nacionalista,se convierte en un
enemigo al que abatir. Kennedy consideraba su triunfo electoral, no la victoria
de un partido, sino un acto de libertad simbólico, de un fin tanto como de un
comienzo que significaba una renovación a la par que un cambio. Y eso, queridos
amigos, es lo que trata de realizar Albert Rivera en nuestra vieja nación
herida.
El acto de libertad de Rivera significa una regeneración que
no puede esperar más tiempo. El de Barcelona es el heredero de esa aspiración
liberal que considera que los demás pueden estar en lo cierto, y uno ser el
equivocado. La única certeza es el amor por la democracia, el deseo de recoger
la antorcha porque una nueva generación de españoles está, sencillamente, harta
de esperar un futuro que nunca arribará a nuestras costas. La fortuna no hace
visitas a domicilio y hemos de torcerle la mano a esa ruleta caprichosa. Por
eso, el movimiento ciudadano confía en la persona más revolucionaria que ha
dado nuestro tiempo. Y es que, en los tiempos que corren, lo revolucionario es
defender a España y la plena igualdad de todos los españoles.
Es el momento de luchar por la supervivencia de España como
nación y, a su vez, por el triunfo de la libertad por la que hemos de pagar
cualquier precio y sobrellevar cualquier penalidad por dura que sea. Kennedy
fue a Berlín tras la construcción del muro de la vergüenza comunista y gritó
que era un berlinés. Y el mundo libre aulló de alegría. El hijo de aquel
inmigrante irlandés fue asesinado pero su
sueño, a la larga, se terminó imponiendo al comunismo asesino. El muro terminó cayendo.
Sergio Calle Llorens
He pasado por tu blog pero despues de esta entrada ya me voy, yogur.
ResponderEliminarEste blog puede decir mucho de mi y, de hecho, lo dice. Sin embargo, hay algo que no has entendido en absoluto. Este es un espacio dedicado a la gente liberal, entendida como un grupo que piensa que los otros pueden ser los que tienen razón y nosotros los equivocados. Por eso, no puedes entender lo que significa el blog, sus contenidos y mi apoyo a Ciudadanos como opción política para el conjunto de España.
EliminarEl discrepar no es malo y, por supuesto, no es motivo para ponerle la cruz a alguien. Es obvio que yo pertenezco a la tercera España y tú a una de esas dos que le hiela el corazón a la otra.
Por eso, me alegra de que no vuelvas. Nada podrías aportar y nada podrías aprender de mis textos. Buena suerte y que tu odio muera contigo.