La conocí en invierno con el tañido de las campanas
sumergidas en la niebla dándole un toque paranormal a la escena. Salió de la
nada y lo embargó todo con sus formas lánguidas y delicadas. En ella, quise ver
a una alma gemela, la puerta de Grecia, entre el mundo mediterráneo y la
estrechez centroeuropea. Georgia era una rueda que giraba entre los vientos de
su rosa y la brisa levantisca de su pasado. Un remanso de paz al que acudir
cuando la cosa iba mal, y, que estallaba ante cualquier cosa que la
contrariara. Tal vez nos conocimos demasiado tarde o, vaya usted a saber,
demasiado pronto.
Ella era la
Diosa del vino y yo un humilde degustador de caldos que
rompió su primera regla con el sexo femenino, contar la verdad por muy
fantasiosa que ésta fuera. Las mujeres, aunque cueste creerlo, nunca ven lo que
haces por ellas sino lo que no haces. Y eso fue lo que nunca hice mentirle
aunque dejé que creyera que las verdades eran embustes. No tuve valor de
hacerle ver su error.
Nuestra relación flotaba entre una ola de mar de la dispersión,
y la nada eterna sin calidad. Juntos
escuchamos la canción triste de la patria salada. De querencias de Rock and
Roll, se bebía una copa de vino por cada gota de lluvia amarga que caía en su
pelo. Amábamos las mismas cosas; amistades de la bahía malagueña, bergantines y
jábegas y los discursos lacerados. Fuimos dos considerables desilusiones porque
éramos, al margen de la necesidad física, dos seres idénticos que nunca se
necesitaron.
La noche en la que nos dijimos hasta luego era muy clara y
el cielo era una gasa cubierta por la melancolía, con un resplandor crepuscular
y maravilloso. Sin embargo, yo sabía que aquello era un adiós definitivo.
Pasaron las hojas del calendario y la vida volvió a situarnos en el mismo
espacio pero los dos nos evitamos sin esfuerzo. Creo que detecté odio en sus
ojos aunque tal vez fuera mi imaginación traicionada por dos vinos. Reflexionaba cuando en la mar un rayo de luna
perdido se tumbaba sobre la cama deshecha del mar somnoliento y estremecido de
fiebre. Tuve una sensación de dolor físico por los momentos que nunca viviremos
juntos. Intenté descifrar el lenguaje de las olas que besaban la orilla, pero
fue inútil. A lo sumo, supe que ambos nos emocionaríamos ante el espectáculo
melancólico de un cielo de color mermelada anaranjado, saturado de vapores
azulados. Una visión suficiente para recordar aquella noche en La Odisea donde comenzó todo.
Un nombre que describe muy bien los pocos meses en los que fuimos amigos. Hoy,
a pesar de todo, deseo que haya escapado del crepúsculo acuoso y moribundo que
rodeaba su personaje salido de un cuento al vino.
Sergio Calle Llorens
Hubiera dado cualquier cosa para que un hombre me hubiese escrito algo como lo que tú le has escrito a Georgia. Tus textos rezuman poesía y belleza infinita. No dejes de escribir nunca.
ResponderEliminarLAURA
Alma de poeta, medio guerrero y aventurero entero. Hombre enigmático que ama más de lo que su corazón puede aguantar. Rebelde e inconformista ten por seguro que ella lamenta ya haberte perdido.
ResponderEliminarTu judía favorita.