Recientemente todos los medios de comunicación nacionales se hacían eco del movimiento malagueño para segregarse de Andalucía. Un proyecto auspiciado por la organización Rayya. Desde entonces, se han ido sucediendo las reacciones que, por supuesto, irán en aumento a medida que se vaya acercando en el calendario la manifestación convocada el 28 de febrero, día de Andalucía, para pedir que la provincia rebelde acceda a ser región. Entre ellas, las más furibundas han partido de medios sevillanos que acusan a los malacitanos de ser una mala copia de los nacionalistas catalanes. Con la venia, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre este asunto que, espero, arrojen algo de luz entre el personal despistado.
Vaya por delante que el tema identitario me produce cierta pereza, algo así como volver a casa y comprobar que la cama sigue sin hacer. Añadiría que no me parece nada práctico pasar por la vida reflexionando sobre si uno es más de mamá que de papá. Empero, he de reconocer que yo nunca me he sentido andaluz y que mi patria chica es el mediterráneo que, como saben, lo engloba todo. Por tanto, no creo que la mediterraneidad y el ser andaluz sean incompatibles, pero lo segundo es ciertamente ajeno a mi persona y, creo, a la gran mayoría de miembros de la organización que piden la autonomía para la provincia que más aporta a las arcas andaluzas. Pero, como les digo, los sentimientos no tienen nada que ver. La cuestión aquí es si Málaga hizo un buen negocio uniéndose a la taifa andaluza, y la respuesta es claramente negativa. El propio alcalde popular de Málaga ha declarado, y en diferentes medios, que “de haber sabido lo que iba a pasar luego, la provincia no se habría adherido al proyecto andaluz”. Quiero esto decir que nadie en Málaga está hablando de romper con Andalucía ni con sus tradiciones, sino de iniciar un camino que no marque el gobierno de San Telmo con su centralismo que ahoga a todas las provincias del sureste andaluz. A muchos les puede parecer normal que no haya ni un consejero de Almería o que, entre otras cosillas, el 60% de los consejeros y altos cargos sean de Sevilla.
En tres décadas bajo el yugo de la Junta, no ha habido unos presupuestos que no hayan hecho abandonar Málaga del furgón de cola en las inversiones. Una realidad que forzó a Manuel Chaves a declarar que, tras años de centralismo, había llegado la hora de la Capital de la Costa del Sol que, por lo visto anda con cierto retraso. También Pepe Griñán montó un despacho en Málaga como guiño a aquellos que decían que nos tenían muy olvidados No lo usó nunca.
Málaga sigue siendo la provincia con más clases prefabricadas y en la capital no se ha construido ningún hospital desde lo tiempos de Franco. De ahí que las listas de espera sean aquí mucho más largas que en ninguna otra parte de España. Por si fuera poco, Marbella tiene el triste honor de ser la única ciudad del país con más de 100.000 habitantes que no tiene conexión ferroviaria. A pesar de las trabas, el turismo malagueño supone un 25% de las pernoctaciones nacionales y en ningún lugar de Andalucía se crean tantas empresas como en Málaga y, muy a pesar del gobierno regional que, un día sí y otro también, torpedea los proyectos malagueños.
La lista de agravios es tan larga que no terminaría nunca de exponerla. El hecho de que algunos no lo sepan, se explica porque la realidad es aquello que no sale en Canal Sur. Ese medio plural que admite opiniones tanto opiniones a favor del bipartito como en contra de la oposición. Un canal público que vende los valores culturales de la Andalucía occidental como propios del resto de provincias. Si embargo, el desapego de los malagueños hacia el gobierno de la Junta es diáfano y palpable. La Junta es vista como un lastre para el vuelo de las provincias orientales. De hecho, es muy raro ver banderas andaluzas fuera del mundo sindical y otros colaboradores del latrocinio institucionalizado andaluz.
La Junta de Andalucía está catalogada entre la fauna local como una especie dañina que nos hace mal.
Oyendo la miriada de movimientos bajo ese ritmo irregular de su forma de trabajar, los ciudadanos normales queremos darnos de baja para siempre. Personas que amamos las cosas tangibles y útiles. Andalucía es, desde el punto de vista administrativo, una cosa difusa que impide que el capital extranjero se instale en nuestra tierra. Nos prometieron trenes de cercanías, facilidades para atraer el capital foráneo, metros, hospitales con habitaciones con una cama por enfermo, el pleno empleo y, en cambio, hemos sabido que todo nuestro dinero se lo embolsan una pandilla de cuatreros con sede en la Sierra norte de Sevilla.
La manifestación pidiendo la autonomía para Málaga es un grito desesperado. Una forma de desahogo y de protesta en la que, muy probablemente, todos los asistentes recuerden aquellos versos satíricos escritos por un alma atormentada tras vivir en Andalucía:
-Cuando llegue al cielo
A San Pedro le dirá
Se presenta un malagueño señor
Ya he cumplido mi pena en el infierno
Queremos salir del infierno que supone estar dominados por ese espíritu siniestro que habita en los gobiernos de Andalucía. Pedimos lo que pidieron nuestros padres. No se trata de crear otro ente autonómico más, se trata de gobernarnos a través de uno existente; La Diputación. Una autonomía que devuelva las competencias de educación y sanidad al estado y, cuyo objetivo sea la de responder a las necesidades reales de los ciudadanos del siglo XXI. Así lo entienden muchos empresarios en privado y otros sectores de la sociedad civil local harta de pagar impuestos, de imposiciones, de agravios sin sentido.
Como no podía ser de otra manera, muchos periodistas pretenden, como Mcbeth, asesinar el sueño, ese anhelo de sentirnos libres para decidir nuestro futuro. No queremos ser, lo somos. Se trata, simplemente, de una cuestión administrativa que una vez solventada, impida que nos sigan tomando el pelo con la excusa de un mayor progreso que nunca llegará de su mano.
Se trata de sacar a la zorra del corral para que deje de comerse los huevos que tanto trabajo nos cuesta poner. No estamos contra nadie, sino por Málaga pues, como dijo otro poeta:
Sueña en Málaga
Que tu sueño en Málaga vivirá
Que en Málaga está más el que sueña
Que el que está.
Un sueño que, como no podía ser de otra manera, es la mejor manera de obtener una España en la que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley. Una vieja aspiración liberal en la tierra que siempre ha sido la primera en el peligro de la libertad. Por ello, decimos un sí rotundo a la constitución de Málaga como comunidad autónoma.
Sergio Calle Llorens
Las ideas son peligrosas. En su momento estuve de acuerdo con muchas ideas del señor Sánchez Gordillo. Después lo vi dando un discurso donde señalaba con un dedo a los buenos y con otro a los malos. Eso es muy peligroso, ha sido muy peligroso.
ResponderEliminarDe nuevo, resulta que estoy muy de acuerdo con muchas ideas (no todas) que se exponen en este trabajo y en otros sobre el tema. Sin embargo, leyendo ya intuyo, o siento, o temo este peligro que menciono.
Bueno yo de lo que menciona, sé un poquito; por escribir sobre la corrupción en la Junta me amenazan de muerte, me insultan- lo más bonito que me dicen es que he de morir gaseado como un judío- e, incluso, han llegado a señalar a familiares míos.
EliminarAquí, en cambio, no encontrarás nada de eso. Sólo un deseo de poner fin a una clase política que nos roba a la luz del día. Un intento de dar solución a años de latrocinio.
En conclusiòn, o no has entendido lo que he escrito, o bien yo me expreso fatal.
Saludos