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jueves, 4 de julio de 2013

CORTO

Conocí a Corto Maltés una noche sin luna en el barrio judío de Venecia. Vagaba yo en compañía de una mujer que me enseñaba los arcanos del mundo. Callejones oscuros junto a los soportales. Farolillos a media luz en la serenísima.  Su figura recortada con sus patillas largas y su gorra de marinero. Aventurero perpetuo que navegaba por los siete mares como miembro de la cofradía de los hombres marinos. Rebelde que se negó a aceptar su destino alargándose con una navaja la línea de la vida en la palma de la mano. Hombre enamorado de estar enamorado. Hijo de gitana con sangre celta. Libertario y liberticida. Amante y amado con la pasión con la que se forjan los sueños.

Un recorrido por la Venecia secreta, con su misterio y supersticiones ancestrales en su devenir por la ciudad de las máscaras. Revelaciones sobre la gran farsa de la existencia porque existe otra realidad oculta bajo el velo de Isis. A veces era Bepi Faliero, o el violento Stevani, un misterioso escritor al que todos conocían como el Poeta. Y, sobre todo, aquellas viejas sociedades masónicas tan peligrosas entonces y ahora.

Corto sigue a lo largo del relato cargado de intriga al que acude, de vez en cuando, la bellísima Hipazia, desvelando la fábula de la ciudad de su autor. Esa urbe que pertenece oculta a los ojos de los que desconocen los códigos para entrar en los secretos mejor guardados del Ventetto. Corto no busca la clavícula de Salomón, sino la sabiduría de sus hijas, siempre tan bellas a la luz nocturna de Venecia.

Las góndolas como heraldos de misterio. Los canales que transportan enigmas. Las mujeres con su sensualidad oculta bajo las puertas de esas casas antiquísimas. En ese contexto, mis pasos sonaban en el suelo añejo cuando las sombras reinaban y tenía que volverme temiendo un encuentro de aceros incómodo en un territorio hostil y sumamente peligroso. En Venecia hay tres lugares mágicos y escondidos; uno en la calle del amor de los amigos, el segundo cerca del puente de las Maravillas, y el tercero en la calle de los Marranos, en los alrededores de Sn Geremia, en el gueto antiguo. En éste último lugar, las chicas judías me guiaron por las santas escrituras. Dicen, o eso afirmaba Hugo Pratt,  que cuando los venecianos se cansan de las autoridades oficiales, van a alguno de estos tres lugares secretos y, abriendo las puertas que están al fondo de esos patios, se van para siempre hacia lugares bellísimos y hacia otras historias. Yo nací cansado de las autoridades de cualquier parte, pero siempre he vuelto a Venecia para reencontrarme con las  leyendas de esa mágica ciudad donde aprendí los designios de mi raza perdida. Gracias a ellos, puedo orientarme por cualquier lugar alejado de mi mediterráneo. Sigo bajo el influjo de capricornio.

Sergio Calle Llorens






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