Conocí a Corto Maltés una noche sin luna en el barrio judío
de Venecia. Vagaba yo en compañía de una mujer que me enseñaba los arcanos del
mundo. Callejones oscuros junto a los soportales. Farolillos a media luz en la
serenísima. Su figura recortada con sus
patillas largas y su gorra de marinero. Aventurero perpetuo que navegaba por
los siete mares como miembro de la cofradía de los hombres marinos. Rebelde que
se negó a aceptar su destino alargándose con una navaja la línea de la vida en
la palma de la mano. Hombre enamorado de estar enamorado. Hijo de gitana con
sangre celta. Libertario y liberticida. Amante y amado con la pasión con la que
se forjan los sueños.
Un recorrido por la Venecia secreta, con su misterio y supersticiones
ancestrales en su devenir por la ciudad de las máscaras. Revelaciones sobre la
gran farsa de la existencia porque existe otra realidad oculta bajo el velo de
Isis. A veces era Bepi Faliero, o el violento Stevani, un misterioso escritor
al que todos conocían como el Poeta. Y, sobre todo, aquellas viejas sociedades
masónicas tan peligrosas entonces y ahora.
Corto sigue a lo largo del relato cargado de intriga al que acude,
de vez en cuando, la bellísima Hipazia, desvelando la fábula de la ciudad de su
autor. Esa urbe que pertenece oculta a los ojos de los que desconocen los
códigos para entrar en los secretos mejor guardados del Ventetto. Corto no
busca la clavícula de Salomón, sino la sabiduría de sus hijas, siempre tan
bellas a la luz nocturna de Venecia.
Las góndolas como heraldos de misterio. Los canales que
transportan enigmas. Las mujeres con su sensualidad oculta bajo las puertas de
esas casas antiquísimas. En ese contexto, mis pasos sonaban en el suelo añejo
cuando las sombras reinaban y tenía que volverme temiendo un encuentro de
aceros incómodo en un territorio hostil y sumamente peligroso. En Venecia hay
tres lugares mágicos y escondidos; uno en la calle del amor de los amigos, el
segundo cerca del puente de las Maravillas, y el tercero en la calle de los
Marranos, en los alrededores de Sn Geremia, en el gueto antiguo. En éste último
lugar, las chicas judías me guiaron por las santas escrituras. Dicen, o eso
afirmaba Hugo Pratt, que cuando los
venecianos se cansan de las autoridades oficiales, van a alguno de estos tres
lugares secretos y, abriendo las puertas que están al fondo de esos patios, se
van para siempre hacia lugares bellísimos y hacia otras historias. Yo nací
cansado de las autoridades de cualquier parte, pero siempre he vuelto a Venecia
para reencontrarme con las leyendas de
esa mágica ciudad donde aprendí los designios de mi raza perdida. Gracias a
ellos, puedo orientarme por cualquier lugar alejado de mi mediterráneo. Sigo
bajo el influjo de capricornio.
Sergio Calle Llorens
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