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sábado, 13 de abril de 2013

COFRADÍA MEDITERRÁNEA


Un mediterráneo enjoyado de aguas de plata me saluda a mi llegada. Tiene un color azulísimo como el de la bóveda celestial. No hay apenas vientos que ricen las olas, y en el aire flota una fragancia marina que me despierta el alma. Las jábegas y los barquitos huyen mar adentro, como las estrellas de la madrugada. Incomparable belleza que  me estimula a pasear por la playa desde donde contemplo el baño de las aves marinas. Ásperas soledades mañaneras. Recuerdos mecidos por el viento de levante. Sombras y voces del pasado. Nostalgia primaveral de considerables dimensiones. Voy flotando sobre una ola de mar, de la dispersión, infinita y de la nada.

A pesar de su enormidad, el mediterráneo es algo tangible. Elemento al que me puedo asir cuando las cosas no marchan. A lo lejos, oigo el tañido de las campanas de una iglesia cercana que, unas horas antes, latía sumergida en la niebla. En mis oídos, la llamada tiene unas resonancias enigmáticas. Me alejo caminando para encontrarme con unas rocas que, de cerca, parecen tener alma de castillo, sobre todo en la noche, cuando las aguas adquieren el color de la luna... Sonrío ante la visión mágica de esa parte de la bahía. Amistades de la cala, jábegas y veleros que componen una marina insuperable. Si supiera pintar, obviamente.

Me tumbo en la arena con la intención de abrir una botella de vino. Al rato, no es sólo mi alma la que está embriagada por la belleza mediterránea. Son apenas dos copas pero el efecto del líquido rojo se hace notar. En este estado llego a la conclusión de que esta tierra es una encrucijada, un crisol; españoles y gentes arribadas de cualquier lugar del mundo. Una puerta de mare nostrum. Una encrucijada como una ensalada de diferentes salsas. Una rueda que gira con todos los vientos de su rosa y, quizá, también el viento que menos haya girado Málaga haya sido el viento del otro lado del estrecho aunque algunos se empeñen en lo contrario.

Para los aficionados a la contemplación provenzal y desinteresada de las mujeres, Málaga es un remanso de hembras que conservan la plena belleza de sus países autóctonos. Son deliciosas como el agua clara que me contempla a unos metros; morenas, rubias pálidas, pelirrojas. Todas fieles a sus lenguas, a sus orígenes pero fieles a la provincia que han hecho suya por derecho. España, si le dejaran, podría ser como Málaga. Aquí la gente hablar diferentes lenguas pero todos nos entendemos. Convivimos, nos amamos, nos acompañamos y nadie nunca osa preguntar por el gentilicio del otro. Somos todos malagueños. Subir en un transporte público aquí supone entrar de pleno en una torre de Babel maravillosa. Me gustaría convencer al resto del país de la bondad de esta terapia mediterránea que permite abrazar al mundo sin renunciar, a tu patria chica o grande.

Málaga es la receptora del liberalismo, de la libertad con mayúsculas, de la mezcla racial. Aquí la Junta de Andalucía es un apéndice extraño que no puede entender, ni por asomo, la estampa azul que se extiende ante sus ojos. Una playa en donde a nadie le importó demasiado que las mujeres tuesten sus cuerpos al sol, y mucho menos, de que familias provienen aquellos que siguen tirando de las redes de nuestro destino. El señotirismo, las ideas racistas y los farsantes con querencias andalusíes no tienen cabida en este rincón privilegiado. Sólo contemplando este grandioso mar, debería bastar para entenderlo. Brilla el sol en esta parte de mediterráneo y pienso; seguro que en Ibiza, Denia o Valencia, sus lugareños sienten, con orgullo, la pertenencia a esta añeja cofradía.

Sergio Calle Llorens

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