La invernada llegó a Londres de improviso y no tuve otra
opción que meterme en el cine a ver una película en la que había participado
como figurante; Master and Commander. En una de sus escenas, el capitán de la
fragata Enterprise dice; “Estamos en el extremo del mundo, pero este barco es
Inglaterra. Hoy vamos a luchar por ella”. Y ya les digo que lucharon. Los
británicos, como dijo Russel Crowe al acudir al estreno de la película que
había protagonizado, afirmó que los ingleses salían del cine dos palmos más
altos.
Meses después de sacudirme la nieve inglesa, leí una crónica
española sobre el largometraje; decía que era una obra maestra pero que las
proclamas patrióticas sobraban. Como era evidente, el crítico no había
entendido ni una palabra de lo que significaba la pelí. Un trabajo que va de
cómo los británicos apostaron por la
carta del mar para ganar el mundo. Ellos que no se doblegaron ante nada ni ante
nadie. Y cuando les daban matarile, pues dejaban de escribir del tema para que
nadie pudiera afirmar que habían tenido su Trafalgar. Pero los tuvieron en
Cartagena de Indias con nuestro Blas de Lezo, o en los Estados Unidos con mi
paisano Bernardo de Gálvez.
La diferencia entre los dos pueblos es que los españoles
somos tan ruines que no sólo nos avergonzamos de nuestras derrotas, sino
también de nuestras victorias. Ahí tienen lo que ocurrió con las Aventuras del
Capitán Alatriste en la gala de los Goya. Afortunadamente, el genial aragonés
era ciego y no pudo ver lo que hacen los del cine con los galardones que llevan
su nombre. Dar un premio a algo que suene a militar, a historia de España
común, suena a facha, a retrogrado. Y destacar películas hechas durante el
franquismo como “Los últimos de Filipinas” es un crimen que, según las mentes
progresistas, debería estar penado en el ordenamiento jurídico español.
He visto esa escena en la que el Capitán Aubrey levanta a la marinería para combatir
al enemigo en aquel lejano lugar. He intentado reflexionar sobre si en España
todavía queda gente que estaría dispuesta a defender un barco español hasta la
última gota de su sangre. Por honor, por patriotismo, por orgullo. Tal vez,
esas sean palabras vacías a estas alturas de nuestra historia. Quizá, si un
capitán dijera aquello estamos en el otro extremo del mundo pero este barco es
España. Hoy vamos a luchar por ella. Alguien se levantaría para preguntar si
las órdenes se iban a dar en español fascista o en castellano. Y otro pediría
el tres por ciento por participar, e incluso algún vasco irredento exigiría un
cupo de soldados menor para la lucha. ¡Vaya usted a saber!
Me produce una enorme tristeza contemplar el momento tan
grave por el que pasa España; la monarquía tambaleándose, la democracia en
riesgo, Cataluña al borde de la secesión, la casta política mirando para otro
lado, los sindicatos trincando y la gente emigrando. Todo ha venido como
consecuencia de nuestra estupidez. Le hemos rezado a un Dios cruel que siempre
pasó de todos nosotros. Hemos apostado por las cartas equivocadas. No hemos
tenido el talento de entender que los españoles no necesitamos enemigos fuera
pues nos bastamos nosotros solitos. Como se pregunta Don Diego Alatriste; por
qué será que siempre terminamos matándonos entre nosotros.
Ayer mismo volví a ver la película y al contemplar la escena
una vez más, volví a hacerme esa pregunta. Pensé que ya sólo queda ver como el
barco español se hunde definitivamente en el fondo del mar. Ya no quedan
valientes. Luego, pude verme de nuevo en acción en la fragata Acheron abordando
la Enterprise ,
muriendo con la espada en la mano no sin antes haber mandado al infierno a
varios hijos de la pérfida Albión.
Sergio Calle Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario