Oigo roncar el mar, desde mi casa. Es un ruido remoto
acompañado de una bruma azul. El temporal de levante, habitual, sacude con
fuerza contra las rocas. Se puede sentir una inexplicable atmósfera de soledad
en la primera hora incierta de la noche. Justo cuando la oscuridad borra el
paisaje. Ese que aparece adormecido en la tibieza del silencio. Me estremece
pensar en los marineros que a esas horas todavía no han vuelto a puerto. Ahora,
mi sentimiento de tristeza se ve acompañado por una inquietud cierta. Los
hombres y mujeres que, por fortuna, nacimos junto a la mar, sólo podemos tener
una actitud valida ante nuestra patria salada, la de la contemplación. Amamos y
tememos a un mediterráneo que, en cuestión de segundos, puede mandarnos a cenar
con Jesucristo. Y sin previo aviso.
Me pregunto cuántas personas antes que yo, antes que todos
nosotros, sintieron esa profunda soledad contemplando esa negrura nocturna.
Cuántas entendieron lo insignificante de su existencia. La mar malagueña con
sus calas, es algo maravilloso, de una vivacidad tal de colores y de líneas en
días de calma, de una dulzura fina. Pero todo eso se pierde cuando las sombras
reinan. En esos momentos, somos conscientes de lo poco que aprenderemos en
nuestra corta existencia, de lo que nos espera en el más allá.
Los días y las noches de viento son catalogados de
especiales por los pintores de marinas y paisajes mediterráneos. Yo lo sé desde
mi temprana edad. En el salón familiar teníamos una marina firmada por un
pintor local; Mariscal. Un tipo que está enterrado en el cementerio del Rincón
de la Victoria. Un
hombre que sabía retratar la mar oscura en plena tempestad, con sus relámpagos
dibujados en el cielo e iluminado las olas. Una pintura que guardo en un lugar
de honor de mi casa. Hace años me tasaron la marina por un pico pero siempre,
por supuesto, he dado más valor al tema sentimental. Aquel lienzo fue pintado
por las manos de un malagueño enamorado de su mar como también lo amaron mis
difuntos padres. De pequeño, miraba a la pintura extasiado. Temía que de alguna
forma, aquellas olas fueran a salirse de aquel rectángulo. Incluso, si me lo
proponía, podía sentir la fría orilla iluminada por ese relámpago majestuoso. Y
eso que casi siempre estaba al lado del fuego de la chimenea. En aquellas frías noches mediterráneas, me
dormía escuchando el rumor de las olas y, por supuesto, dando gracias por no
estar solo en la playa. Solía trascurrir la madrugada sin sobresaltos. Desde
entonces, sé que la mar tiene un efecto terapéutico. Es una medicina contra los
malos espíritus. Dormir con el mediterráneo en la cabeza produce sueños de
plata.
A veces cuando la tristeza me encoge el alma, me viene a la
memoria la voz de mi padre llamándome para que me uniera a él en el agua. Quería,
me parece recordar, enseñarme a nadar. Yo corría despavorido pero él siempre me
daba alcance con ayuda de mi madre. Luego entre ambos me mojaban la cabeza ante
mis inútiles propuestas. El enfado me duraba lo que tarda en derretirse un
helado en verano. Lo que no se va, lo que no desaparece jamás, es ese vacío por
no tenerlos aquí. Por no poder ir a contarles mis penas y mis alegrías. Y eso
que no nos quedó nada por decirnos, nada por lo que divertirnos y nada de lo
que reprocharnos. Al menos, eso es lo que pensaba yo hasta que hoy,
contemplando la mar me ha venido la absoluta conclusión de que hay dos cosas
que siempre lamentaré mientras viva; la primera me la callo, y la segunda no haberme
fundido en un último abrazo con los dos. Y cada día, cada vez que me topo con
ese cuadro de madrugada mientras el mar ronca cercano, mi alma sangra por esos
dos seres maravillosos que se fueron para siempre. La noche, la negra noche,
trepa hasta mi atalaya y me atrapa. ¡Al fin!
Sergio Calle Llorens
Es ley de vida. Sentirnos sólos en un determinado momento y no saber si volveremos a sentirnos acompañados mientras navegamos en el leve arrullar del mar que supone nuestra vida, que no sabe de donde viene ni tan siquiera a donde va.
ResponderEliminarUn saludazo.
Cierto hermano, pero no deja de ser triste. Un abrazo.
EliminarPrecioso y preciso artículo. Me identifico con el mismo en muchos pasajes, especialmente en las deudas que ya nunca podremos pagar con nuestros padres. Soy huérfano desde hace demasiados años y siempre digo que en mi carnet de identidad debería poner con mi nombe, mis apellidos, mi fecha de nacimiento, el nombre de mis padres, la profesión. Antiguamente en el DNI figuraba la profesión; en la mía debería poner junto a mi profesión civil la de huérfano. (abogado huérfano, médico huérfano, profesor huérfano, periodista huérfano,...)
ResponderEliminarGracias Cenachero. Siento lo de ser huérfano. Yo siempre doy el mismo consejo a la gente; no olvidéis a vuestros padres que lo dieron todo por vosotros, porque un día, un triste día se irán para siempre y ya será demasiado tarde.
EliminarUn abrazo