A pesar de la culpabilidad alemana en la crisis de los pepinos, Bruselas se va a limitar a compensar a todos los agricultores afectados de la Unión con 150 millones de euros. Cantidad obviamente insuficiente para un sector que ha sido herido de muerte. En resumen, ni habrá grandes compensaciones ni pedirán perdón a los nuestros. Una vez más se demuestra que España está completamente sola. Ya nos pasó cuando la crisis de Perejil en la que Francia se puso de lado de Marruecos. Parece que desde Lepanto hasta ahora, los españoles no contamos con el apoyo de nuestros hermanos centroeuropeos. Mucho menos por los británicos y de los escandinavos ni les cuento. Vaya que España les importa un pepino por no decir otra cosa. De cualquier forma, a nadie le debe extrañar esa falta de apoyo a todo lo que huele a España en esos territorios. No en vano hasta hace muy poco, muchos países europeos acogían con gusto a los criminales etarras. Existe todavía una idea despectiva sobre nuestro país en muchos puntos de Europa. Aman España, su sol, sus playas y su vino pero del resto no quieren saber nada.
España de alguna manera tiene que hacerse respetar, porque solo aquellos que se respetan pueden exigir el mismo tratamiento a las demás naciones. Algo que ahora no ocurre con el gobierno socialista. Un ejecutivo que agacha la cabeza cuando Marruecos mata- como en la última revuelta en el Sahara- a españoles; o que deja que humillen a las patrulleras de la Guardia Civil en las aguas españolas de Gibraltar, por no hablar de las españoles expropiados por el gobierno del mono corroncho de Hugo Chaves. Y es que todas las afrentas salen gratis a los afrentadores. Hoy día, podemos decir sin temor a equivocarnos que no tenemos quien nos defienda en un mundo en el que el honor solo llega a quien honor merece.
En estos momentos de zozobra para todos quiero traerles a la memoria la figura de Enrique de Guzmán y Ribera, II conde de Olivares que fue embajador de España en el Vaticano allá por el año 1582. Fue en el papado de Sixto V cuando se produjo un hecho ciertamente sorprendente. En el estado del Vaticano los cardenales tenían el privilegio de llamar a sus criados con una campaña. Cada toque diferente de campana se correspondía con un Cardenal de la corte papal. Nuestro embajador decidió por su cuenta hacer lo mismo. Raudo y veloz el papa, que odiaba al segundo de nuestros Felipes, envió a su sobrino para mostrarle la indignación del santo Padre. Molesto nuestro diplomático, acudió a ver a Sixto para recordarle que su Rey era el mayor príncipe del Orbe y que aportaba más dinero a las arcas papales que nadie. El Papa no aceptó las explicaciones y exigió que el episodio de la campanilla no volviera a producirse jamás. El español aguantó el chaparrón y volvió por donde había venido. Al día siguiente cumplió las órdenes y no volvió a llamar a los criados con la campanilla dichosa. Para tal fin, comenzó a avisarles a cañonazos. Ante el estruendo y el pánico que se vivió en Roma, su santidad volvió a llamar al embajador español para comentarle lo siguiente: “A partir de ahora llamar a los criados con campana será privilegio de los cardenales de Roma y del Embajador de España”. ¿Entienden? El mundo es de aquellos que luchan por colocarse en una posición de predominio. Para ello, hay que pagar un precio; luchar por ser los mejores y los más grandes. Únicamente de esta forma podremos volver a llamar a cañonazos a “nuestros amigos”.
Sergio Calle Llorens
Tampoco creo que haya que ahuyentar las moscas a cañonazos, pero si es verdad, que debemos respetarnos y hacernos respetar con dignidad y firmeza.
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