Cuenta la historia que Ponce de León trató en vano de encontrar la fuente de la eterna juventud. Su búsqueda, que concluyó cuando los indios le acribillaron el culo a flechazo limpio, le dio al valiente explorador español el pasaporte de la ansiada inmortalidad. Al menos eso es lo que cuentan la mayoría de los libros de historia. Sin embargo, las malas lenguas afirman que el conquistador lo que realmente buscaba en La Florida era un remedio para su impotencia. Ya ven que no es la verdad lo que viaja por el mundo, sino la opinión. Ponce de León, que cosas, podría haber estado buscando cura para poder poner a las indias mirando a Granada, y ni de coña se habría preocupado de ser inmortal. De cualquier forma, todos alguna vez hemos deseado ser jóvenes y bellos para siempre. De ese deseo, nacen las cremas hidratantes, antiarrugas y las operaciones de cirugía estética. La inmortalidad, sin embargo, sólo está al alcance de algunos privilegiados, cuyas obras son capaces de resistir el cruel paso del tiempo. Por ello, nadie se acordará de Chaves, ni de Zarrías cuando las hojas del calendario doblen la esquina del nuevo siglo. Ni siquiera el pueblo llano rememorará la imagen de la Duquesa de Alba en bicicleta y sin sillín por las calles de Sevilla. Tal vez, en el mejor de los casos, algún libro- digital seguro- recogerá los disparates y tonterías más grandes de la historia. Y allí con letras de oro estarán, como no podría ser de otra manera, las frases de nuestros consejeros, delegados, sindicalistas, periodistas, tertulianos y otras criaturas de mal vivir y peor pensar. Será nuestra venganza ver esos nombres recordados como símbolo de la estupidez humana sin parangón. Venganza inútil, pero venganza al fin y al cabo. Apostaría mi cojón izquierdo a que el capítulo en cuestión se llamará: ANDALUCÍA.
Sergio Calle Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario