La mar es inenarrable. Cantar su naturaleza se me antoja un ejercicio imposible en el que la pluma, precisa en otros menesteres, se vuelve torpe. Describirla es la forma más corta de protagonizar el más largo de los ridículos. No importa que sea nuestra primera mirada porque siempre, indefectiblemente, los adjetivos no nos alcanzan para describir su belleza. Yo, que vivo en una comarca malagueña en la que el Mediterráneo parece rodearnos con sus aguas azules, hago lo que puedo para plasmar los encantos de estas aguas. Pero no sé explicar la fascinante hermosura con sus atardeceres cárdenos y ese toque malva que hallo por las mañanas. En cada acantilado se presenta una sorpresa, un rugido marino o una brisa callada. A un palmo la bahía y el misterio del taró que asciende hasta nuestros dominios como una planta trepadora. Un diamante cristalino que embruja el alma. Así no hay manera.
Me dice un compañero
del gremio que describir el mar es tan difícil porque no existen los calificativos precisos para explicar un desayuno en el balcón de su casa en la Malagueta junto a
imponentes cruceros que, entre otras cosas, amenazan con franquear el salón de
casa con sus majestuosas proas. De la misma opinión es Carmen, vecina de
Pedregalejo, desde cuyo balcón saltar al mar se le antoja un juego de niños.
Afortunadamente, la malagueña no tiene sangre inglesa y no hay peligro de que se abra la cabeza intentándolo. A ella le basta con entender el significado
del arrullo del mar y el canto estridente de las gaviotas.
Lo que más
me impresiona de estas postales marinas es la suavidad del silencio apenas roto
por las olas rizadas. Ahora tocan los baños de verano, de día y de noche, que
ya llegará el tiempo de recogernos al amor de la lumbre. De momento, todo es
alegría junto a la patria salada y lejos queda la melancólica voluptuosidad de
la otoñada.
Sentir la presencia de este mar antiguo y sabio nos hace diferentes y nos convierte, para bien o para mal, en una especie de isla en el sur cuyo istmo parece haber cortado su conexión con las tierras andaluzas. La mar da carácter. La mar sosiega. La mar cuestiona. La mar dicta sentencia y no hace prisioneros porque para cautivos de esta belleza ya estamos los lugareños. La mar lo es todo y los que vienen a perturbar su esencia son la nada más absoluta.
Sergio Calle
Llorens
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