Sé por experiencia
que las jovencitas son como los electricistas; nunca dejan pasar un buen
empalme. También sé por veteranía que uno de los problemas de España es el
corporativismo. De hecho, basta con criticar la profesionalidad de un plomero-
no el de la película el fontanero y su mujer y otras cosas de meter- porque a
ese no le ganaba nadie a la hora de meter profesionalmente hablando- para que todos los de su
gremio me pongan a caer de un burro. O haces una chanza a un payaso por la mañana
y por la tarde los bufones mayores del Reino te declaran la guerra en las
redes sociales. Es aquello de; ¡a los míos ni tocarlos!
Sin embargo, hay un grupo de trabajadores que
guarda silencio al ver cómo atacan a sus colegas de profesión. Ocurre sistemáticamente
en los pasillos del Congreso cuando políticos de izquierda se niegan a responder,
al ser preguntados por periodistas a los que califican de extrema derecha. Una
artimaña que también llevan a cabo los miembros del gobierno Sanchista en
las ruedas de prensa tras consejo de ministros. Incluso hay veces que abroncan a aquellos que
se atreven a realizar preguntas incómodas. Este ataque a los gacetilleros de
diferentes medios nunca encuentra apoyo en los compañeros de fatigas. La pregunta
es obligada: ¿Por qué no se levantan y se van en solidaridad con el colega
discriminado? La respuesta es muy simple; porque no son periodistas sino
activistas políticos al servicio de la acción del gobierno. Su misión no es
fiscalizar al ejecutivo sino a la oposición política y periodística. Dicho de
otro modo; ambos grupos no pertenecen al mismo gremio y así no hay punto de encuentro que valga. Con esta gente no se puede esperar solidaridad
ninguna porque para ellos la prensa no es la artillería de la libertad, Han
Christian Andersen dixit- sino la bala de cañón con la que disparar a
aquellos que investigan los presuntos casos de corrupción de sus jefes "progresistas". Triste
pero cierto.
Sergio Calle
Llorens
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