La entrada en
prisión de los socialistas condenados por los ERE me ha recordado a una
procesión de ánimas. Una santa compaña gallega que por un rato descendía al
sur profundo. La estantigua. Los que
se cruzan con ella miran para otro lado, temerosos de que se los lleve al inframundo.
Nadie quiere saber nada de estos difuntos que caminan arrastrando las cadenas
de sus condenas. Ningún transeúnte parece conocerlos. Total, ya daban miedo en
vida, imaginen ahora que van caminando cuan muertos vivientes. Avanzan por el
peligroso desfiladero que conduce al calabozo. Allí tendrán tiempo de recordar los
gloriosos tiempos del coche oficial, de los desayunos en la radio y, mientras
lo hacen, el tiempo pasará lento y la historia será rápida en su juicio
sumarísimo. El que tenga entendimiento que calcule el número de la bestia que es el del PSOE.
Cada fantasma lleva encendida una vela y en el
ambiente un olor a cera que borra el aroma del aceite que se ponían los
periodistas en las rodillas para paliar, al menos en lo posible, las rozaduras de
tanta posición genuflexa. Yo me he
sentado en la puerta de casa y los he visto pasar uno a uno. Sus rostros son la
viva imagen del terror. Dan más miedo
que un arbitraje de Mateu Lahoz. Marchan solos y no hay ni una cámara de
televisión que recoja el acontecimiento extraordinario. También hay
gacetilleros en esa procesión de difuntos y ya no tienen nada que contarnos.
Mi victoria es su derrota
porque el miedo cambió de bando. Al final el tiempo ha terminado por darme la
razón. Ellos en la cárcel y yo junto al mar. Ellos abrasados por las llamas del
infierno y yo gozando del paraíso Mediterráneo. La venganza, queridos
fantasmas, es un plato que se sirve bien frío.
Sergio Calle Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario