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jueves, 15 de diciembre de 2022

¡RECORDANDO!

 



Lidiando con la vida encontré a gente que confundió mi silencio con ignorancia, o mi amabilidad con debilidad. En verdad, la compasión y la tolerancia no son señales de flaqueza sino de fortaleza. Podría decir que, al margen de Pla, Montaigue y los grandes escépticos, las más hermosas certidumbres están hundidas en la mullida almohada de la duda. Por eso puedo decir que mi única convicción es la de haber aguantado demasiado a muchas personas que nunca me quisieron del todo. Lo escribo como señor comprensivo y navegado. Otra de mis certezas es la de que nunca he de viajar al lugar donde fui feliz porque todo habrá cambiado. Sin embargo, alguna cosa s´ha de fer per passar l´estona.

A veces cuando el Mediterráneo comienza a tener momentos de flaqueza, un servidor recuerda a esas mujeres que me amargaron la existencia. Me viene a la memoria aquella muchacha de mi juventud. Una morenaza de armas tomar que me declaró su amor para, a renglón seguido, echarme a la cara que siempre me estaba riendo. No barruntaba aquella dama los dramas personales que los dos viviríamos y es que si no te ríes con dieciséis primaveras, desconozco para cuándo había que dejarlo. También recuerdo a una señora que, tras conocer mi querencia por las pelirrojas, pasaba sus jornadas narrándome la cantidad de defectos de esa raza de mujeres y lo mal que envejecían a diferencia de las morenas, las calvas y las rubias platino que, como todos sabemos por experiencia, llegan a la vejez hechas unas rosas. La pobre vive hoy vive con el satisfyer entre las piernas y el rencor por el hombre que le abrió las puertas a mundos desconocidos, pero le cerró el corazón para siempre.  También me acuerdo de aquel amor que nació bajo una luz dulcísima y un viento suave de levante. Ella era la pecosa que me llevó del cielo al infierno sin pasar por el purgatorio. La dama que me hizo sudar ríos de tinta y me colocó en el potro de tortura durante años. La misma que justificó la ruptura porque mis amigos no eran ni funcionarios ni abogados ni de buenas familias ni falta que les hacía. Ellos eran, simple y llanamente, mis camaradas de armas: escritores, editores, soldados, administrativos, luthiers, músicos y un largo etcétera. Y a ninguno de nosotros tiene ella  nada que contarnos hoy.

Lidiando con la vida aprendí a tener más de lo que muestro, a hablar menos de lo que sé y en esta oscura madrugada encuentro el fulgor que tanto ha guiado mi existencia. Una luz que ilumina esta inscripción grabada a sangre y fuego en mi piel: el mal siempre acecha, aunque se disfrace con ropajes de mujer y se esconda tras una bella sonrisa.

Sergio Calle Llorens

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