Ana
Morgarde descubrió el
punto G en Pasapalabra, ese espacio que conduce un tipo con la risa más
falsa en la historia de la televisión, y todo era felicidad por acertar la
canción “Devuélveme a mi chica” en la prueba musical. Fue un orgasmo compartido entre su
pubis y el público del programa: saltos, gritos, y movimientos pélvicos. Tras
la descarga de energía, la presentadora volvió en sí para criticar la letra del citado tema del grupo Hombres G. Una palabra homófoba por aquí. Una línea machista por
allá y el respetable, que nunca se sabe respetar, rompió en aplausos en la caja
tonta y Roberto Leal, al soplapollismo más rancio, dio por buena la versión
de la pareja de Pablo Martin Jones. No tardó en reaccionar David
Summers con una respuesta antológica al programa y a la pésima actriz.
En verdad,
no es que las letras del grupo madrileño hayan envejecido mal, sino que Ana
tiene el alma vieja y corrompida. Sus palabras conectan estupendamente con el Komintern
soviético que prohibía el Rock and Roll por considerarlo un producto
decadente de occidente. La chica del
sexto sentido para hacer el ridículo, nadie puede negarlo ya, tiene una vena
inquisitorial que se nutre de la sangre de aquellos creadores artísticos que no
vivieron los tiempos de Torquemada cuyo blasón llevan con honra los
suyos.
Lo peor no
es que Morgade hablase de los Hombres G como si fuesen los Sex
Pistols, sino que desconoce aquella máxima que anunció Jorge, líder
del grupo asturiano Ilegales, en un programa de RTVE: “Señora,
si no le gusta mi careto, cambie de canal”. Pero la chica de las gafas dice
saber que canciones debemos escuchar y cuales debemos tirar a la basura. Ella
no se equivoca nunca y su infalibilidad nos señala el camino de lo políticamente
correcto, aunque todo sea como correr maratones con cincuenta castañas.
Me pregunto
cuántas canciones de los ochenta serían aceptables a los oídos puros de la Morgade.
Probablemente la discografía entera de Siniestro Total sería destruida. También algunas creaciones de Los Ronaldos serían
proscritas. La mataré de Loquillo borrada de la faz de la tierra y
hasta alguna tonada de Hilario Camacho. Morgade es insaciable, en el fondo
todos los liberticidas lo son, y ya no le basta con pontificarnos sobre lo que
debemos comer, decir, pensar o actuar, ahora también quiere imponernos sus
delirantes gustos musicales.
De toda esta polémica, al menos, sacamos algo
en claro: Ana Morgade nos ha descubierto su Punto G: el de gilipollas.
Sergio Calle Llorens
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