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viernes, 21 de enero de 2022

¡DOLORES VÁZQUEZ!

 


Siempre me ha sorprendido que ningún sabio haya realizado jamás un estudio comparativo entre los padrinos de la mafia y los dirigentes del PSOE andaluz. Este paralelo podría provocar la mayor atracción y podría deducirse de él enseñanzas en el arte de la lucha contra el crimen organizado. Pero entonces la pregunta es obligada: si tienen las mismas ideas y los mismos fines, ¿por qué han tenido un final tan distinto? Después de todo, los italianos fueron a prisión y los andaluces condenados por el tema de los ERE siguen en la calle. ¡Aquí hay gato encerrado! De momento continuamos esperando a que el Tribunal Supremo ratifique la sentencia condenatoria a los señoritos del sur. Pero hablando de tribunales, no me quito de la cabeza la serie sobre Dolores Vázquez. Esa pobre mujer inocente que fue condenada por el asesinato de Rocío Wanninkhof. Un crimen que había cometido Tony Alexander King, el estrangulador de Holloway.


La gallega, que fue culpada sin pruebas, sigue sin conocer las causas por las que ingresó en prisión. Según mis fuentes, su terrorífica pesadilla comenzó mucho antes del asesinato de la joven malagueña. Mucho antes, ya les digo, de lo que nadie imagina. Y es que todo empezó a torcerse para sus intereses cuando los jueces decidieron cargarse la institución del jurado. Sencillamente no podían consentir que unos advenedizos, gente poco instruida en leyes según su propia definición, les arrebatara el monopolio de decidir sobre la vida de otras personas. Este gremio de magistrados vio una gran ocasión en el caso Wanninkhoff para acabar con la competencia eligiendo a ciudadanos que llegaron a manifestar su incapacidad para juzgar el asesinato de Rocío, ya fuese por contaminación o por cualquier otra causa. Una vez elegido el peor jurado posible, el éxito de la operación estaba garantizado.

Constituido el jurado, las deliberaciones del mismo pasan a la crónica de la historia negra de España. De hecho,  el nivel cultural de algunos de sus miembros era tan bajo que cuando un testigo afirmó en el juicio que Dolores Vázquez “había apuñalado” a un pasquín, hubo quien preguntó si eso era un tipo de carne o una raza de perros.

 Con un jurado de escaso nivel intelectual y sumamente contaminado por los medios de comunicación que presentaban a Dolores como un monstruo, la suerte estaba echada. Por consiguiente, el veredicto no se fundamentó en pruebas directas- nunca las hubo- sino indicios. Fue tal el despropósito que el jurado no especificó qué pruebas sirvieron para fundar su convicción, lo que debió impulsar la devolución del acta del veredicto. Tampoco el magistrado- presidente suplió los errores técnicos del jurado y se limitó a recoger los elementos probatorios en los que el jurado había basado su convicción. Además, al no haberse devuelto el acta, el mismo magistrado estaba obligado a justificar la probanza de los hechos con cumplida y rigurosa argumentación, cosa que no hizo porque había que dar material suficiente para que el caso fuese impugnado posteriormente. 

 A resultas de todo ello, el TSJA anuló la cochambrosa sentencia y el Supremo ratificó los razonamientos del tribunal andaluz argumentando que el veredicto no contenía más que un catálogo de medios de prueba que nada explican.  Por no haber, afirmaba el Tribunal, no había ni testigos presenciales de la muerte ni de la ulterior manipulación del cadáver. Lo que si había era una lamentable investigación policial por parte de la Guardia Civil, y unos deseos irrefrenables de cerrar el caso en falso.  

Con la perspectiva que nos da el tiempo, puedo afirmar  que Dolores Vázquez fue la cabeza de turco en este caso que tan bien ha relatado el documental de Netflix.  Fíjense si esto es así, que los miembros del jurado, a pesar de que los medios afirmaban que estaba aislado para evitar cualquier contaminación, salían andando de los juzgados- Hoy Hotel Gran Miramar de Málaga- para ir a comer al centro de la ciudad y volver a la sala. Algunos llegaban a comprar periódicos por el camino para seguir informándose del caso que juzgaban.  

A día de hoy ni la justicia, ni los medios, ni mucho menos los agentes de la Benemérita que llevaron las investigaciones han mostrado el más mínimo arrepentimiento.  Tampoco ha habido disculpas, ni indemnización. 

Espero que el lector inteligente sepa apreciar el contraste entre la celeridad para meter a Dolores Vázquez en prisión y la lentitud para ratificar la sentencia en el caso de los ERE andaluces. ¡Que cada cual saque sus propias conclusiones!

Sergio Calle Llorens


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