Después de
la lectura el bosque mediterráneo parece más misterioso. Un remanso de paz al
que huir cuando los lugareños duermen. A lo lejos aparece tras la neblina una
armada fantasmal surgida como por encanto. Las blancas crestas de las olas
acarician estos barcos que pierden el menor tiempo posible porque, creo, no
tienen tiempo que perder. Me siento en un claro de la patria arbórea para
leer unos artículos infumables que me ayudan a comprender el cochambroso estado
del periodismo comarcal. Después del
mal rato cambio de lugar para contemplar la mar más de cerca sin abandonar el
salón de esta foresta tan mágica. De pronto suenan las roncas notas de una
avioneta surcando los cielos teñidos de un bermejo profundo. Candelabros de
llamas que me hacen recitar esta oración normanda:
“Oh Dios ya sabes lo atareado que
estaré hoy en el campo de batalla. Si yo me olvido de ti, tú no te olvides de mí”
La oración
me hace rememorar todo tipo de batallas; sangre, gritos y desesperación. Pienso
que lo malo de vivir no es que te espere la muerte, sino que nunca llegues a
vivir del todo. A resultas de esta certeza mía creo que nunca me quedaré sin
cielo, pero a cambio, no tengo esperanza alguna.
Hubo un
tiempo en el que yo tuve fe, inmensas cantidades de ella. Hoy la convicción ha
pasado a peor vida.
Existencia entre dudas y tinieblas por aquello de que ser lúcido y
mediterráneo, lejos de ser una bendición, constituye una terrible penitencia.
Decía Shakespeare que los viajes terminan cuando los amantes se
encuentran. Tal vez tuviera razón. En mi caso, mi andadura siempre acaba en un
muro de incomprensión. Kafka, que era el escritor que mejor narraba la
soledad humana, lo hubiera expresado mucho mejor. Así que les dejo.
Observo la falda de tierra que cae dulcemente hasta la
mar desde estos montes situados de perfil. Pienso en italiano aquello de non
si trova pace se non nei boschi. Y
el bosque, que compite en armonía con el mediterráneo, me ayuda a sobrellevar
el estropicio meridional en el que me hallo. No encajo en ningún sitio y no hay
encajes para mis sitios. Si yo hubiera sido una botella con un mensaje dentro
surcando los mares, sería como aquel Holandés Errante condenado a vagar por toda la eternidad. Todavía hay
gente que me dice que soy un trasatlántico cuando no llego ni a jábega. Aún me
dicen que soy un volcán a punto de estallar, pero por no tener, no tengo ni una
urna para guardar mis cenizas. Canturreo, imagino para alegrarme el alba, una vieja
balada de Frankie Valli and the Four Seasons;
Headed for
city lights, climbed the ladder up to fortune and fame. I worked my fingers to
the bone. Made myself a name. Funny I seemed to find that no matter how the
years unwind, still I reminisce bout the girl I miss and the love I left behind
Mi tonada es interrumpida, por las campanas de una
ermita que, como todas en estas orillas marinas, tocan a muerto. Comienzo el
descenso escuchando pasar el viento entre los pinos. Deambulo hasta la última
hilera de árboles para contemplar el mar en calma que me susurra su melancólica
canción. Llega la hora de desaparecer.
Sergio Calle Llorens
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