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viernes, 4 de diciembre de 2020

¡CONTRABANDISTAS!

 



En estas orillas la brisa marina susurra un curioso secreto; el contrabandista que sólo conoce la naturaleza de los vientos pero no la de los hombres dura poco en el negocio. Contrabandistas que, amparados en el nocturno completo, se ganaban el sustento. Hoy el negocio, venido a menos por el control policial, ya no goza del halo de misterio de antaño. Una desgracia porque un mar sin contrabandistas es como una biblioteca sin libros. Ya sólo nos quedan los marineros, y no siempre, porque las necesarias paradas biológicas para que determinadas especies se recuperen, dejan a los pescadores con la mirada perdida en la lontananza y unas caritas de pánfilos que, bien visto, es el vivo reflejo de una frustración vital. La de no poder pescar en su mar por la decisión de unos tipos nacidos junto a un río.

En algunas comarcas malagueñas hemos conocido algunas historias de contrabandistas. De hecho, muchas fortunas en la Axarquía se deben a la actividad de traficantes de sustancias prohibidas en la mar. Recuerdo una noche sin luna en la que tres pequeñas embarcaciones llegaron a una calita de Maro y, de la nada, surgieron varios tipos vestidos de negros hasta la gola que en cuestión de segundos transportaron la mercancía a unas furgonetas ocultas tras la maleza. Uno de ellos, el más bajito por cierto, nos saludó con la mano con toda tranquilidad. Fue el mismo que luego volvió a recuperar un fardo que había olvidado en la arena por aquello de las prisas. Nunca olvidaré la sonrisa de malote que nos dirigió antes de perderse en la oscura noche. En secreto nosotros confiábamos que aquella actividad de contrabando tuviese un final feliz. Después de todo son las autoridades que tantos persiguen a los traficantes los que terminan siempre consumiendo las sustancias que traen desde el otro lado del estrecho.

Puede que los mediterráneos de este lado hayamos terminado idealizando al contrabandista en exceso. La razón es simple; siempre es preferible la compañía de un contrabandista honrado que la de cualquier político de tercera categoría que nos ha aplicado el latrocinio institucionalizado durante más de tres largas décadas. Por eso nos emocionamos con la vida a bordo de esas embarcaciones con sus banderas piratas y sus códigos de honor. Halcones del mar cuyo epílogo final lo han escrito  tristemente las nuevas tecnologías. Abrir nuevas rutas para el contrabando se nos antoja tarea de héroes hercúleos. Atrás queda el silencio roto por el sonido de esas lanchas en las madrugadas envueltas en una aureola de leyenda en un mar que ha visto desde los primeros barcos fenicios hasta los comodoros del Siglo XIX. Avanza la madrugada y las viejas historias se cuentan junto al fuego. Y allí toman vida nuestros bucaneros y traficantes. Gentes del Mediterráneo unidos por códigos secretos de hermandad.

¡Larga vida a los contrabandistas!

Sergio Calle Llorens

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