El nuevo
programa de RTVE se llama la Paisana
porque presentarlo como La Mamarracha quedaba muy feo. Un espacio basado en el
programa danés comedy on the edge.
Una fórmula que en su primera edición en España
tuvo un 1,6 millones de espectadores y un liderazgo en el 70 por ciento de
sus emisiones. Al menos hasta que llegó Eva
Hache.
En verdad, no sé muy bien cuál es el objetivo
de la cadena en esta segunda temporada de este invento televisivo, más allá que al
espectador medio le entren unas ganas locas de no pisar nunca, y bajo ningún pretexto, los pueblos
que van desfilando en La Paisana.
También es plausible que la intención del ente público sea provocar terror en
la audiencia usando la imagen de la presentadora. Una cómica sin gracia alguna a la
que se le notan demasiado las ganas de agradar, pero es tan mala actriz y sus
chistes son tan nefastos que nadie es capaz de mirar la pantalla más de tres
minutos seguidos cuando aparece.
Terrorífico y espeluznante son dos de los adjetivos
más acertados que se me ocurren para describir las payasadas de la susodicha. Pero si
horripilante es la actuación de la señora Hache, el anuncio de la cadena
pública para dar publicidad al programa no le va a la zaga: “Eva
ha sido capaz de sacar su momento más tierno y emotivo. Además empatiza mucho
con ellos y eso es un auténtico regalo”. No sé a ustedes, pero a mí me recuerda a los anuncios de las
clínicas veterinarias en los que personas vestidas con bata blanca muestran
toda su ternura con los perros aquejados de alguna dolencia.
Personalmente,
creo que Eva Hache sólo luce bien
haciendo de gallifante. Y no lo digo porque sea fea, que lo es, sino por
inaguantable. Mi furibunda crítica al programa
también tiene mucho que ver con ser un hijo de la transición. Una época
donde se hacía una televisión de mucha mayor calidad a pesar de que contaba con
menos recursos. Sólo hay que echar la vista atrás y comparar El hombre y la tierra de Félix Rodríguez de
la Fuente con Frank de la Jungla o, a Tip y Coll en contraposición al pésimo
humor de Manu Sánchez, sin olvidarnos de la imposibilidad de hacer un paralelismo entre La
Clave de Balbín con cualquier debate político de la Sexta. No hay color,
señorías. Y el nivel es tan bajo porque la audiencia es capaz de aceptar pulpo
como animal de compañía.
Quedan por
determinar los efectos secundarios para aquellos que hemos tenido la desgracia de
ver “La Paisana”. El programa que
quería mostrar la riqueza cultural de los pequeños pueblos de esta vieja piel
de toro. De momento, yo sigo sin superar el episodio en el que Eva Hache intenta soplar un instrumento
de viento, y a la mujer se le pone cara
de demonio babilónico. Ni siquiera viendo la versión íntegra de “El Exorcista” he pasado tanto
miedo. Por eso he decidido encender sólo la televisión cuando haya apagón.
¿Eva Hache?
Vade retro.
Sergio Calle
Llorens
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