La noche siempre me susurra secretos que se deslizan en la
madrugada repleta de fantasmas. Me habla en una misma lengua
con la luna de testigo. Quisiera
compartir estos arcanos con la gente pero entonces ya no serían gente sino
individuos. Quisiera yo, en cualquier caso, que ella tuviera la necesidad,
y tal vez las ganas, de venir a saludarme, de tenderse en la cama conmigo. Pero
en ese caso, ya no querría seguir escuchando esos susurros sino las dulces
palabras que salen de su boca.
De momento, la noche parla y yo escucho con mucha atención;
me habla de soledad, de tristeza, de angustia y hasta de acontecimientos de los que yo
no entiendo casi nada. En ocasiones me quedo profundamente dormido pero la luna, que en irlandés viene a ser resplandor- Gealach-
siempre acude a despertarme. Se cuela traviesa entre las cortinas de mi balcón
que se abre al mediterráneo. Allí se perciben unos bellos luceros. Pesqueros en
busca de su sustento. Una ola a la playa llega puntual a su cita en la playa. Un
perro aúlla en la noche. ¿Se sentirá tan solo como un ministro tras ser cesado?
En la noche, en definitiva, las gentes del pueblo duermen y yo ando desvelado por aquello que me
revela la fría madrugada; en esta noche las ermitas no solo han tocado a
muerto sino que lo hacen ¡maldita sea su estampa! Por el alma de los que
pereceremos mañana. Lo dice la noche. Lo confirma mi amiga la lechuza. Mañana,
si no es demasiado tarde, iré a la taberna a tomarme un vaso de vino. Hasta
entonces Noctiluca seguirá meciendo
mis sueños salados.
Sergio Calle Llorens
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