Solo hay
algo mejor que tener un barco; tener un amigo con barco lo suficientemente
generoso para que te invite a navegar por el mediterráneo. En verdad no creo
que nadie le encuentre defecto a este razonamiento. A cada invitación, el
corazón se me acelera y me siento como un chiquillo con zapatos nuevos al ver
como el amarre se separa del noray. Entonces la aventura comienza y ésta, lo
juro, me parecerá siempre un encuentro con lo paranormal.
Recorremos
muchas millas náuticas para arribar algo más allá del Peñón de Es Vendranell,
cerca de Ibiza en un atardecer rojito con pequeños
luceros despuntando en el cielo. Allí anclamos para contemplar esa roca
vertical que se eleva a 382 metros. La idea es degustar una maravillosa cena
con langostas y otros frutos de la mar y todo regado con un buen vino del Penedés.
De nuestra cocina solo me permito decir una cosa; que ha tenido los mismos
admiradores fuera de España que dentro. Es la nuestra, por decirlo de una
manera gráfica, una forma de entender la alegría de vivir. Hablamos de las diferentes formas que tenemos
en la ribera mediterránea de cocinar el pescado. Yo trato de guardar todo en mi
mente pues, al final y al cabo, mi trabajo consiste en alabar todo lo noble que
se hace grande en este mundo. Estoy convencido de que la mejor forma de conocer
a un cocinero es saber a qué móvil atribuye las querencias culinarias de los
invitados. En cualquier caso, corre el vino de forma efectiva pero, lo juro, no
hasta el punto de tener alucinaciones. Vemos como una luz gigantesca proviene
del fondo del mar e ilumina el casco del barco. De pronto, Juan dice que los
instrumentos de navegación se han vuelto locos. Nuria, para terminar de arreglar
la cosa, nos cuenta que desde esas el Peñón de Ifach en Alicante hasta la costa
suroeste de Mallorca se la conoce como el Triangulo del Silencio. Una zona marcada en rojo por los amantes de lo oculto. Huelga decir
que tras sus palabras deviene un mutismo absoluto. Nos hemos vuelto todos
afónicos de pronto. Una afonía que apenas es rota por extraños sonidos que
amenazan desde el fondo del mar.
Las agujas
siguen moviéndose sin control, las langostas continúan mirándonos desde la mesa
de la cubierta y, para empeorarlo todo, llega la noche y con ella unas bizarras
luces en la bóveda celestial. Alberto dice que los
lugareños cuentan muchas historias de ese triangulo maldito y, Juan comienza a
maldecir nuestra presencia en ese punto marino. Esta noche no habrá relatos de buques
fantasmas ni de naufragios malditos mientras miramos las estrellas del cielo.
Sencillamente sentimos un miedo intenso que nos paraliza. Hay algo abajo en el
océano que produce notas musicales ajenas al entendimiento. Hay
tonalidades lumínicas prendidas en el cielo que se mueven con una velocidad
insultante. Se nos han parado los relojes. No funcionan los móviles y hasta las velas del barco parecen estar en alerta máxima. Súbitamente, aquello se detiene.
Volvemos a la cena mientras elevamos al cielo algunas oraciones olvidadas. Seguimos
asustados en la inmensidad de ese mar sabio y peligroso que, afortunadamente,
está ahora calmado. Manducamos pero con
un ojo en el cielo. Comemos pero con las dos orejas escrutando el lenguaje del
mar. De pronto, esas luces vuelven a aparecer tras el islote. Creo oír voces
desconocidas que llegan de ese islote maldito de Es Vedrá. Sentimos pánico a lo
desconocido; ¿qué son aquellas luminarias? ¿Qué extraña actividad tiene lugar
en el fondo del mar? ¿Y esas voces? Preguntas que no van a obtener respuesta en
una madrugada llena de sobresaltos, miedo y en la que no pega ojo nadie. Solo
al amanecer nos sentimos con fuerzas de proseguir con la navegación dejando
atrás el misterioso Triangulo del Silencio. Recuerdo que al volverme, en las
islas del Poniente volví a escuchar un eco extraño que estuvo a punto de
amargarme unas vistas extraordinarias. A día de hoy, todavía no sé si quiero
volver a navegar cerca de esos islotes. La mar sigue estando llena de secretos.
Sergio Calle
Llorens
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