Platón
afirmaba que la música no ha sido dada a los hombres por los Dioses simplemente
para divertir agradablemente sus sentidos sino para tranquilizar las
perturbaciones del alma, y los movimientos tumultuosos que contienen los
cuerpos llenos de imperfecciones. San Agustín, por su parte, decía que la música
popular de raíz céltica incitaba a la lujuria y al pecado que debemos
reglamentar entre los paganos. Unas tonadas que escondían un peligroso misterio
lleno de malignidad ya que, según la propia versión del narcisista de su pene,
tenía el poder de aniquilar al mundo. Y es que el santo fue un grandísimo “pecador”
al que gustaba en sumo grado la coyunda hasta que se volvió impotente y, no
pudiendo dar suelta a sus querencias eróticas, decidió perseguir a aquellos que
sí podían gozar en el tálamo.
En cualquier
caso, la música tiene un poder mágico. Especialmente cuando uno contempla la
luna navegando por el mediterráneo envuelta en una bruma dotada de una suspensión
esponjosa. La céltica se organizar alrededor de una nota mantenida similar al
drone que provoca sonoridades capaces de despertar fuerzas psíquicas y
orgánicas. Por ello, los bardos vestidos de azul se colocaban delante de sus
tropas para impresionar a sus enemigos puesto que conocían perfectamente el
valor y los efectos de los sonidos sobre los individuos. Con sus arpas e
instrumentos de viento conseguían infrasonidos que podían provocar violentos
temblores. El mismísimo Tácito decía que podían con el canto Bardit hacer
temblar como el ejército lo había entonado.
La palabra bardit, según me aclaró una bella irlandesa, significa la
trampa del bardo y para llegar a convertirse en uno, el aspirante debía
aprender tres melodías básicas;
-
El
Suantraidhe que lograba hacer dormir.
-
El
Goltraidhe que provocaba el llanto.
-
El
Ogham que era el lenguaje secreto de los poetas y cuyo número de letras
corresponde al de cuerdas del arpa bárdica, múltiplo pues del número 3 que
encontramos en cada momento de la cultura céltica (las leyes morales célticas
se llaman triadas, y la jerarquía de los iniciados se compone de otros tres
elementos básicos: druida, bardo, ovate. La iniciación cósmica comprende tres
círculos.
Si
consideramos la estructura del alfabeto Ogham y la importancia que tuvo sobre
el alfabeto bárdico no es difícil comprender que cada letra comprendía en
realidad a sonidos, así las melodías expresaban textos que solamente unos
cuantos podían interpretar. Para muchos estudiosos los signos Ogham se
encuentran sobre los megalitos que corresponden al material de vibración por
excelencia de las antiguas civilizaciones. Vibraciones benéficas o maléficas de
las piedras graníticas con el uso vibratorio de la madera (como dentro de una
flauta o del arpa) y luego el metal con el uso de la trompeta y fabricación de
cuerdas. En el sur de España tenemos una leyenda que afirma que las Princesa
Jacinta curó a Felipe V tocando un laúd cuyas cuerdas fueron adaptadas al
diabólico violín de Paganini.
La música,
queridos amigos, tiene un poder mágico que puede ser benigno o diabólico y,
como saben, en la historia tenemos miles de ejemplos que así lo corroboran.
Frederik Chopin, cuya música siempre me ha parecido como ese mar inenarrable, aseguraba que veía acercarse fantasmas cuando tocaba en la casa
donde residía en Mallorca. Algo que enlazaría con la afirmación de Charles de
Shönstein sobre Frank Shubert; “logró captar las ondas desconocidas de la vida
de las almas que flotan alrededor nuestro”.
Personalmente, tengo dos ejemplos más que ofrecer que vendrían a
corroborar este poder de la música. El primero tiene que ver con la forma en el
que mi hermano mayor tocaba la flauta travesera. Y es que tras oírlo, las
plantas de casa se suicidaban negándose a aceptar la fotosíntesis. El segundo
fue un experimento que realice con dos geranios comprados el mismo día a los
que mimé de la misma manera. El primer geranio murió desecado tras ser expuesto
a música de sevillanas y el segundo, como ya pueden imaginar, regalé música de
Imelda May que la impulsó a tener una larga y prospera vida. Sean ustedes por tanto cuidadosos a la hora
de elegir la banda sonora de sus vidas pues, aunque lo desconozcan, podrían
estar cometiendo un acto de suicidio.
¡Cuidado!
Sergio Calle
Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario