Puede que algún cinéfilo irredento recuerde su nombre. Se llamaba James
Whale y era británico. Nos regaló a los amantes del género de terror dos
cintas maravillosas; Frankestein donde aparece el incomparable Boris Karloff y
la Novia de Frankestein. De humilde condición, el director se hizo pasar por
caballero inglés sin que nadie descubriera el pastel hasta después de su muerte. De abierta condición
homosexual, el inglés fue el primero en mover la cámara durante la grabación de
una película. Antes de mudarse a Estados Unidos, Whale firmó títulos memorables
como El Caserón de las Sombras que guardo como oro en paño en mi videoteca. Sin
embargo, el director dejó para el último acto de su vida la mejor escena de
horror de su carrera; su muerte.
Los días de vino y rosas en
compañía de su pareja sentimental David Lewis estaban contados. Al parecer, el
Cónsul
alemán en Hollywood se quejó abiertamente de la película que estaba rodando en
ese momento el británico. Cinta en la que Alemania no salía muy bien parada que
digamos. El trabajo en cuestión era All Quiet on the Western Front donde el
regidor usó su experiencia como combatiente en la Primera Guerra Mundial. Ante
el miedo de que la Alemania de Hitler- hablamos de 1937- le hiciera boicot a la
cinta, los dueños de la Universal ordenador cortar varias secuencias y la cinta
fue montada de nuevo. Aquella decisión llevó al abandono de la compañía.
Posteriormente rodó varias películas que tuvieron el denominador común de
terminar en fracaso. Únicamente El Hombre de la máscara de hierro le hizo
reverdecer viejos laureles. Cuentan que al separarse de su pareja trató de
consolarse con un joven francés y se hizo construir una piscina en el jardín de
su casa en la que disfrutaba viendo bañarse a los muchachos.
Un día, una de sus limpiadoras encontró su cuerpo sin vida flotando en el agua.
Estaba vestido de lo más elegante y no había indicios de violencia, a pesar del
fuerte golpe que había sufrido en la cabeza. Desde ese día, fueron muchas las
voces que se alzaron afirmando que un amante celoso había acabado con su
vida. Sin embargo, poco antes de su
muerte, su otrora compañero David Lewis hizo un anuncio sorprendente. Whale
había sufrido varios ataques cerebrales y, junto con la depresión que sufría,
decidió acabar con su vida. Para ello, se vistió con sus mejores galas y
escribió una nota de suicidio. Nota que fue escondida por Lewis que intentaba
salvar su reputación ya que matarse estaba, todavía lo está pero menos, muy mal
visto.
Al bueno de Whale le hubiera gustado saber que se convirtió en el
protagonista de la novela de Christopher Bram, el Padre de Frankestein, novela
que se basó a su vez la película Dioses y Monstruos de Bill Condon en 1998
ganadora de un Óscar al Mejor Guión Adaptado. Si la incógnita de su muerte ha
sido despejada, queda saber lo que hubiera pensado de la interpretación que
hacía Ian McKellen de su persona.
Lara Turner fue una de las mujeres más bellas en ponerse enfrente de una cámara de cine. Glamuroso, tremendamente atractiva y con unos fuertes deseos sexuales. Le gustaba la botella y los hombres malos. Profundamente inestable como bien atestiguan sus múltiples y varias parejas, trabajó a las órdenes de Whale en la imprescindible The Great Garrick. También fue meritoria su interpretación en el Extraño Caso del Doctor Jekyll. Sin duda, la película que la lanzó al estrellato fue El Cartero siempre llama dos veces. Su lista de películas es tan extensa como la de sus amantes: Frank Sinatra, Luís Miguel Dominguín, Errol Flynn, Clark Gable, Howard Hughes y muchos otros.
En una de esas relaciones, ocurrió la tragedia con el asesinato de su amante Johnny Stompanato. El amante con el que convivía era tremendamente celoso y la maltrataba. En una ocasión, el mismísimo Sean Connery tuvo que desarmarlo en el rodaje de una película que rodaba con Turner en Londres, anécdota que muestra cuan violento era el individuo. Ese mismo año, 1958, la hija de la actriz asesinó presuntamente en defensa propia a Stompanato cuando trataba de repeler una agresión a su madre en la mansión de Beverly Hills donde vivían. Aquel 4 de abril quedaría grabado para siempre en la mente de Cheryl Crane que, aunque fue absuelta por enajenación en el juicio, sufrió el estigma de haber asesinado al querido de su madre. El juicio fue un auténtico escándalo llegando a salir a la luz las aficiones sadomasoquistas de la actriz. Desde un punto de vista artístico, su carrera nunca se recuperó de todo ya que fue encasillada, muy a su pesar, en esos papeles dramáticos que también interpretaba. Incluido el que dio durante el juicio de su hija. Valga para la anécdota la participación de la actriz en la serie Falcon Crest. Sea como fuere, el misterio de aquella fatídica fecha en la que murió el ex marine le hizo pagar un alto precio. Y es que beber en las fuentes del éxito del sueño de Hollywood suele pasar factura, especialmente a aquellos que tienen la cabeza poco amueblada.
A los cinéfilos nos quedan sus trabajos y por ellos hemos de juzgarlos.
Dejemos descansar sus miserias para gentes de moralidad extrema.
Sergio Calle Llorens
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