Degusto un gazpachuelo en la vega antequerana. Un rincón del país malagueño al que acudo siempre en invierno. Nieva en el exterior copiosamente que va dejando un manto blanco en cada uno de los rincones de este lugar mágico. Mi amigo, el poeta maldito, está con la boca abierta por el espectáculo. Ni siquiera el molesto viento que entra en el restaurante cada vez que algún lugareño abre la puerta, le saca de su aire ensimismado. De pronto se levanta y sale al exterior para inmortalizar el momento. Me encanta la fotografía solo que, en esta ocasión, prefiero centrarme en el exquisito plato que tengo delante.
La climatología tiene una forma certera de recordarnos que todo tiene su fecha de caducidad. El invierno es la estación que tocan a muertos. Particularmente desconozco cuantos homínidos que llevan traje se dedican a observar los cielos como un servidor. Creo que no muchos pero, cualquiera sabe. Hoy todos son móviles y prisas. Yo de esto último, como ya les he comentado muchas veces, no he tenido nunca y, a pesar de ello, siempre contradigo la fama local de no llegar a los sitios a tiempo. Soy tan puntual que asusto a la gran mayoría de habitantes de mi patria chica. Incluso algún tedesco me ha comentado alguna vez que por mis venas corre algo de sangre goda. También me dicen que soy un hombre que miro y veo claramente, como la nieve en la vega antequerana, o los cielos durante el nocturno. Todo se explica porque los paisajes me abrigan el alma. Y a estas alturas no es cuestión de pasar frío.
Volvió el poeta a la mesa para empezar su plato al mismo tiempo que yo acometía unas maravllosas setas. Hablamos de las delicias culinarias que podiamos degustar por los alrededores a la caída de la tarde. También salió a relucir el tema de mi próxima aventura literaria pero, como casi siempre, preferí no darle demasiados detalles. Ahora era yo el que se encontraba completamente extasiado con la caída de los copos de nieve. Por otra parte, alguien me dijo alguna vez que es mejor sentirse culpable de un fracaso, antes que verte en el apuro de dar explicaciones por un éxito. Creo que la estación más fría del año es parcialmente responsable de mis reticencias a no explicar ni lo bueno, ni lo malo que pasa en mi vida.
Pasamos el resto de la velada hablando de poesía. Bueno él disertaba y yo escuchaba. Me recordó mis querecias añejas por los poetas orientales. Los años en los que nos bebíamos la vida a ritmo de Rock and Roll. Las lecturas prohibidas y esa canción de Loquillo que canturreabamos frente al Rompeolas que, sin mal no recuerdo, se llamaba "Siempre libres". Un himno de anarquistas de salón, muy logrado por cierto. De pronto olvidé la nieve y me recordé enfundado en una chupa de cuero cubierta de chapas, oliendo a cerveza barata y un tupé malpeinado dibujado en la frente. Mi padre estaba en el porche de casa escuchando a los grillos en una noche de verano. Me senté a su lado y sonrió haciéndose cargo de mi estado. Juntos vimos al mochuelo colocarse de nuevo en su atalaya esperando que algún despistado ratón se pusiera a tiro. La noche olía a dama de noche, esa flor tan mediterráneamente mágica. Es curioso como una simple estampa nevada, o una conversación casual me transportan a ese lugar y a ese tiempo. Un pretérito que sigue arañándome el corazón. Tras volver de mis recuerdos, quise salir al exterior y gritarles a todos que, antes de que fuera demasiado tarde, debían abrazar a todos aquellos que más pronto que tarde se convertirán en sombras. Y es que no le deseo a nadie el sentimiento de culpa por no haberle dado a mi padre ese último abrazo lleno de agradecimiento por todo lo que hizo por mí. Siguió nevando, claro.
Sergio Calle Llorens
Este Sergio escribe muy bien. Es un excelente barniz para El Demócrata Liberal.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. En cuanto al ´Demócrata Liberal, bueno, es un honor que hayan querido contar conmigo. Un abrazo
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