Llegó el frío, al fin, y las olas se rizan en la mar en la que quedan reflejadas las luces del pueblo donde habito. Son luces mortecinas en una noche gélida en la que escribo junto a la lumbre. Arden los troncos desprendiendo unos llamas azuladas que apuntan a misterio. En el exterior el cielo se curva en la una madrugada aterciopelada cuajada de estrellas. Lo sé porque he salido a buscar madera. Creo que no hay nada como el cielo límpido del invierno. Desgraciadamente, los lugareños prefieren refugiarse del frío en sus moradas mientras en compañía de la caja tonta. Luego se queja la gente de que el arte esté por debajo de Altamira. Y lo que nos queda por ver.
Vuelvo a la seguridad de la chimenea. Ahora sé por qué los hombres llevan encendiendo hogueras desde la antiguedad. Pienso en ello cuando caen las primeras gotas y el bosque está susurrando. Siento que es hiriente constatar la noche fría que nos envuelve. Floto en el oscuro mar de la madrugada y miles de pensamientos piden paso en todos los rincones del ático de mi cerebro; Versos, relfexiones, voces, mujeres amadas, fallecidos van pasando ante los ojos de mi mente. Incluso se me aparece algún verso de carácter satírico que dice así:
Mohamed yo te aseguro
que en medio de estas querellas
si nos piden cien doncellas
nos ponen en un apuro.
Sigue ardiendo la leña que me aleja del frío de alambique que hace pero no las tengo todas conmigo. Como decían mis ancestros; "no es pot dir blat que sigui al sac y ben lligat". Vaya que la temperatura sigue bajando a pesar de mis intentos de calentar la habitación. Meto más leña al fuego, nunca mejor dicho, y escucho al alma de la madrugada. El corazón no habla pero adivina lo que echo en falta en la oscuridad, y no es otra cosa que una conversación inteligente regada por un buen vino. Admiro, de todas formas, el silencio que apenas se rompe por el crepitar de la madera. Ese ruido característco que hace la leña cuando sus paredes exteriores se contraen y resquebrajan por el intenso calor del fuego. Esas llamas que ahora me elevan hacia el infinito. Estoy solo pero en la gloria. Ni siquiera me acuerdo de los ausentes. En verdad, si hay personas que les gusta de presentar una dilatada parentela, yo soy muy moroso y reluctante a aceptarla en gran número. Sí que estoy solo, pero el fuego hace por fin su trabajo y mis pensamientos se van calmando. Ando como hipnotizado ante las llamas que emanan de esos troncos que ayer me traje de esa parte del bosque que yo llamo "Terra di nessuno". Del lenguaje de la foresta al de la fría madrugada, muy alejados ambos del griterío habitual. No es que yo sufra de esa inadaptación agónica de Larra, sino que simplemente prefiero el silencio y la tertulia a sotto voce. Recuedo que el hombre del tiempo ha dicho que mañana nevará a una altura de 700 metros y sonrío; Any de neu, any de Déu. Y con ese pensamiento, tomo un viejo libro de páginas gastadas y leo hasta que mis párpados no pueden más. Bona nit.
Sergio Calle Llorens
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