Es un momento terrible ese de que la mujer de un familiar dice aquello de; "porque mi marido". Un instante en el que tu hermano, tu primo e incluso un colega de toda la vida pasa a ser, indefectiblemente, el esposo de la susodicha. Ahí queda el pronombre posesivo bien marcado junto a la mirada de fiera. Él pone cara de póker porque siempre tiran más dos tetas que dos carretas. Entonces sabes que ya nada será lo mismo; ni siquiera tomarte una cerveza para compartir risas y chascarrillos porque ella, la mujer que posee su alma, pondrá todos los obstáculos del mundo para impedirlo. A lo sumo, algunas escapadas para huír de la dictadura de la Mantis religiosa. En esos pocos momentos en los que podemos disfrutar de esa amistad masculina, dividimos nuestro mundo en pasado y presente. El préterito como escenário de nuestras hazañas juntos. La actualidad como frontera entre nosotros cuando ella no era, siquiera, un proyecto de mujer puñetera.
También es terrible comprobar esos hombres que hablan de sus mujeres como trofeos de caza. Esa gentuza que está convencida de ser el propietario de sus queridas. Machistas que conciben la hombría con la posesión de la hembra. Varones inseguros que, convencidos de su inferiroridad manifiesta, maltratan psicológicamente a sus parejas hasta reducirlas a ceniza; frases hirientes, insultos descarados, escenas en público hasta que, invariablemente, llega el primer golpe y con él, el mayor de los infiernos. Hasta una mirada inocente de ella puede ser interpretada como un acercamiento amoroso hacia otro. Algo que le hará pagar en la soledad del domicilio, con hijos o sin ellos.
Tal vez sea la educación, tal vez no, pero el caso es que es repugnante observar como hay tanto hijo de puta suelto, y suelta, capaces de arruinar la vida a quien dice querer tanto. Bien es cierto que lo de los hombres es mucho peor pero, como saben, hay féminas decididas a acidular la vida a su otrora amado con denuncias falsas y, doy fe que lo consiguen.
En mi modesta opinión, no pertenecemos a nadie ni nadie nos pertenece. Somos libres y, en un mundo libre, hemos de aceptar con deportividad que nuestra legítima decida marcharse con el vecino del quinto. Incluso, unos buenos cuernos, a tiempo, salvan innmerables matrimonios. Y con ello, no afirmo que no sea doloroso cuando ella echa una canita al aire pero, seamos justos; en este inmenso mundo hay personas mucho mejores que nosotros y, si realmente amamos a esas mujeres, hemos de dejarlas partir aunque sea con el corazón roto. Y ellas, por supuesto, deberían hacer lo mismo cuando sus legítimos se decantan por la secretaria.
El amor con mayúsculas implica grandes sacrificios y, por supuesto, pagar un alto precio. En la gran mayoría de los casos, el asunto termina rematadamente mal pero, muchos de nosotros, incluso conociendo el triste final, volveríamos a ese momento mágico en el que empezó todo. Ese beso largo, intenso y maravilloso que puso los cimientos de una casa maravillosa. A menudo oìgo decir, sobre todo a mujeres despechadas tras una ruptura traumática, que han perdido muchos años de su vida. En realidad, disfrutaron mucho todos esos lustros y, ahora deben iniciar un nuevo capítulo en sus vidas. Una nueva aventura porque la existencia, creo que lo saben, es una gran aventura maravillosa de la que podemos disfrutar incluso en los peores momentos.
De eso mismo le hablaba a una ex cuñada, en cuyo honor Telefónica creó la Tarifa Ciervo, cuando ella se levantó para marcharse con un portazo. Sigue ahí, viviendo en su dolor, muchos años más tarde; amargada por la ruptura y en su cara dibujado el veneno que le impide arrojarse en los brazos de otro hombre. La vida, también la amorosa, se acaba con el último suspiro y, hasta entonces, debemos seguir esperanzados de que alguien, en algún lugar del universo, arda en deseos de compartir unos momentos de afecto y ternura. Una criatura que aprecie de veras el singinificado de la verdadera libertad del individuo. El resto; cuentos de moros retrogrados.
Sergio Calle Llorens
Asumo como propio el contenido. Para el hombre, la mujer y la familia son acaso entendidas como una creación propia o común. Cuando esa creación se desatiende comienza el principio del fin.
ResponderEliminarEl sentido de propiedad esta mas enraizado en la mujer. Para mantener esa propiedad viva la mujer utiliza como armas las necesidades del hombre. Cuando el hombre percibe que su propietaria le premia o le castiga suele iniciarse el principio del fin de la construcción y la propiedad.
Una muy sabia reflexión. Suscribo punto por punto.
EliminarEn realidad nunca se pierden años, Sergio: se acumulan experiencias para ir mejorando y llegue otra persona que sí sepa valorarlo.
ResponderEliminarCierto Alex, además se suele confundir el amor de nuestra vida con un amor en ese momento de la vida. Saludos
Eliminar