En aquellos años cabalgamos a lomos de viejas Lambrettas o de motos rockeras. Los mods concentrados en su esquina del Zaragozano dispuestos a asaltar la Malagueta y Pedregalejo donde disponían de varios templos musicales como Sophistica . Los rockers tomaban calle Beatas y sus aledaños. Los 60 frente a los 50. Luego todo convergía junto al mar en garitos míticos como Side Car o Nueva Pulsación.También estaban los vanguardistas y aquellas bandas malagueñas que sonaban como las inglesas por aquello que el puente Málaga- Londres siempre ha funcionado muy bien. Creo que fue en Casablanca donde vi por primera vez a Danza Invisible con un Javier Ojeda imitando a Jim Kerr, líder de Simple Minds. De aquella jornada me viene mi resistencia a valorar esa banda en exceso.
Bebíamos en el Rompeolas soñando con Cadyllacs y tarareando canciones de Doo Wop mientras contemplábamos a teddy girls que, como dice la canción de Sabina, nunca preguntaban si las querías. Aquellos años mágicos fueron una orgía creativa sin parangón; poetas malditos, chicos de toda condición tocando furibundo rock and roll a la vera del Gudalmedina. Y esas actuaciones en directo en el Cantor del Jazz en pleno centro histórico. Lástima del triste final de su propietario- otro de tantos- y pena por aquellos que no pudieron vivir los finales de los ochenta. También teníamos tiempo de disfrutar de actuaciones de bandas británicas en Torremolinos. Cuna de la libertad absoluta.
Componía yo algunas letras de Blues por entonces que terminaron en algún disco de vinilo que guardo como oro en paño. Canciones que dieron lugar al grupo Side Car, precursos de la banda Biscuter que llegó a vender bastante bien para lo que se acostumbraba. De sus componentes, recuerdo a Fabi el argentino que se perdió en las nostalgias del fado. También estaba José Antonio López, bajista y autodidacta de casi todo, hoy metido a Luthier y hace las mejores guitarras a esta orilla del mediterráneo. Un amigo con el que, creo, me he bebido tantas cervezas como millones de carcajadas hemos echado juntos desde la infancia hasta pasar por su garito Ruta 69, parada obligada de los amantes de la buena música en los 90. De todos ellos destacaba Tony Cantero, guitarrista de Chambao, y que acaba de presentar en Argentina su disco en solitario Painting clouds. Su última hazaña es haber estado en la casa de Sting en La Toscana tocando con el violinista Vasko Vailaev.
Muchos de esos muchachos se han convertido hoy en sombras pero, les aseguro, que cada vez que escucho a The Clash, Elvis recuerdo esas noches en su compañía. Creo que en ellas hubo mucho Rock and Roll, algo de drogas y todo el sexo que nos dejaron practicar aquellas maravillosas chicas. Hoy, en cambio, aunque la ciudad se ha convertido en el cuarto destino cultural de España, todo parece más enlatado y menos divertido que entonces. Creo que la juventud no aspira, o al menos no la mayoría, a componer poemas o canciones que lleven directamente al corazón, a la entrepierna, de bellas señoritas en edad de merecer. Ayer mismo, junto al museo de la música, no muy lejos donde los Rockers bailaban freneticamente en plena calle, vi pasar a una pandilla de raperos con sus pantalones caídos y sus gorras de Brooklyn. Allí, en lo que fue territorio comanche donde, por cierto, olía a porros y a litrona de cerveza a todas las horas del día. Creo que pensé en lo rápido que había pasado todo. En los cambios extremos que habíamos experimentado en estos años. Y, al mismo tiempo, me preguntaba cómo habíamos podido permitir que la industria de la música degenerara tanto. Dejé pasar a esos engendros y me fui silbando una melodía que hablaba del Drugstore de Barcelona-templo entre los templos rockers de España- y de los pechos de una adolescente. Sentí que la nostalgia se apoderaba una vez más de mí. De poder elegir un año al que volver, el que aquí suscribe programaría la maquina del tiempo, en la Málaga de 1988 para que, al menos, por una última vez, pudiera bailar un último Rock and Roll con esas sombras pasadas. Sería glorioso.
Sergio Calle Llorens
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