Pronto llegará el frío y un servidor podrá visitar, al fin, las
sierras cubiertas de nieve rosada. Las aguas volverán a gemir en los ríos
cercanos, y los árboles alargarán sus coquetas ramas hacia la bóveda celestial.
Ya me estoy imaginando degustando una lubina de blancas carnes en esas noches
de lunas tan quietas. Tendré también caracoles al horno o en salsa de almendra
como la preparaba la tía Carmen. No sabría decir si me gusta más un cerdo
rosado o el marisco más perfumado. Tendré tiempo de encontrar una respuesta.
Tal vez acercarme a ese gusto terrenal por la comida en invierno es practicar
una especie de idealismo. Con ese fuego en la espalda y un buen libro en las
manos. La botella a medio beber.
Aprovecharé el nocturno lejos del cretinismo peninsular cuyo
instrumento más acertado y taimado es la televisión. Pasearé entre pinsapos y
eucaliptos buscando la cruda lividez del cielo. Trataré de reencontrarme con el
mochuelo que es un animalito de vuelo corto y con tendencia a la melancolía. Un
amigo, para ser exactos. Si el bosque se mantiene fiel al dilatado silencio, yo
le guardaré sus arcanos para siempre.
Ese frío ha de llegar, yo lo sé, o al menos eso sabía antes.
Cuando las llamas de la lumbre me enrojezcan las mejillas, dibujaré eclipses en
poemas nocturnos como este;
Tristes banderes
Del crepuscle contra elles
Sóc porpra viva,
Seré un cor dins la fosca;
Porpra de nou amb l’alba.
Las campanas de las iglesias tocando a muertos. Las
lucecitas del pueblo brillando débilmente en la noche. Las estrellas tiritando
en esos cielos límpidos de invierno. Las nubes sobre la tierra dejando sombras
errantes. Atardeceres cortos e imprecisos. El rocío de la mañana. La cantidad
de conocidos idiotas mueren a manos del General invierno. Loco por marchar bajo
su bandera, una vez más. Nos espera un tiempo tan frío y valioso como el zafiro.
Sergio Calle Llorens
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