Andalucía es como un familiar de la parte paterna que me
prometió un millón de carcajadas y todavía me debe 999.999. El régimen andaluz
prometió cientos de miles de puestos de trabajo pero, de momento, sólo ha
cumplido con los suyos. La taifa andaluza podría ser como el pariente que sólo
me sacó una carcajada el día de su muerte. Y es que su hijo contaba unos
chistes buenísimos. El caso es que me adeudan todos.
Algunos conocidos también me deben algunas cosillas,
especialmente tras comprar mi libro “Memorias de un Prepucio Colorado” y
olvidar pagar el importe. Incluso algún listo lo ha revendido a su gente y, me
cuentan, ya lleva 3000 ejemplares que le han venido muy bien para su paupérrima
economía. Corren tiempos duros y, algunos tienen la cara como los tiempos.
Yo también adeudo a mi editora terminar la segunda parte de
mis Memorias pero, he llegado a la conclusión de que para ganar dinero, es
mucho mejor escribir sobre cocina. Al fin y al cabo, a la gente le encantan los
huevos fritos y no tanto la literatura. En verdad, mis experiencias no interesan ni un pimiento, y yo no puedo ser de gran ayuda a nadie. En
cambio, el arte de hacer un huevo frito es siempre muy socorrido. También podría
escribir siempre de deportes con la idea fija en convertirme en gacetillero del
ramo, pero con los años he ido perdiendo el interés en seguir el recorrido de
las pelotitas, las del deporte, que las mías ya quedan suficientemente
retratadas en mi libro.
Al margen de escribir, no hay casi nada que sepa hacer. Especialmente
con las manos, al margen, claro está, de llevar a una señorita al séptimo
cielo. Si tuviera que destacar alguna cualidad honrosa al margen de las
palmarias, diría que mi hombro es un lugar muy calido para que gente de toda
condición llore y se desahogue. Huelga decir que ninguna de esas personas
con problemas tuvo jamás el detalle de preguntarme por los míos. No obstante,
no están en deuda conmigo, pero como he ido desapareciendo de casi todos los
sitios, no creo que vuelvan a encontrarme.
El problema de los amigos es que desaparecen al mismo ritmo
que los conejos en el invierno de Noruega. Es pedir ayuda y, los muy cabrones,
se pierden como los gazapos tras el manto blanco de la nieve. Eso sí, vuelven a
reaparecer cuando necesitan consejo con las mujeres. Ya saben, una loción mágica
para convertir una estatua femenina de piedra fría en una tigresa apasionada. En
cuanto a ellas, siempre se dejan ver para que las consuele de un desengaño amoroso
o un ataque de cuernos. Insisto, no tengo ni idea de esos temas, pero escucho
mejor que la vieja del visillo. Como cada añada me da por ser un poco más
viejo, sé que basta que introduzca un problema propio, para que el personal
ponga pies en polvorosa.
Sergio Calle Llorens
Me ha parecido un artículo muy divertido.Ánimo y sigue desnudándote para deleite de tus seguidores.
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