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domingo, 8 de septiembre de 2013

LA CENA

Hay gente que siente más placer por el recuerdo del GULAG que por el presente. Digo yo que es un error arruinar la actualidad, recordando un pasado que ya no tiene futuro. De ese tipo de gente, es Maricruz, una comunista irredenta que opina de toda la actualidad política durante la cena en la casa de la montaña. Guardo silencio pues no conozco muy bien a los invitados y, ¡faltaría más!, no soy nadie para aguar el yantar al prójimo. Apuro el borgoña y mis ojos se posan en la madrugada en la que el cielo parece un algodón lánguido, algo cubierta de niebla. Vuelvo, muy a mi pesar, al pontificado de la mujer que va defendiendo los crímenes más abyectos de los de ideología bermeja. Escuchándola, llego a la conclusión de que el mediterráneo es un lugar abonado a los extremismos. Una permanente lucha entre los vientos del norte y del sur. En ocasiones, son los norteños los que triunfan, imponiéndonos el comunismo, a veces es el sureño el que se impone con su anarquismo de salón o los camisas pardas. ¡Qué absurdidad!

Mientras ellos discuten con el colmillo ensangrentado, mis ojos se vuelven a fijar en la noche. Trato de pasar desapercibido cuando alguien menciona mi labor de articulista en prensa digital, y Maricruz decide echarle un vistazo en su móvil a mis escritos. Al rato me dirige una mirada furibunda pero apenas emite una ligera protesta. Me pregunta si no tengo nada que añadir a la conversación. Niego la mayor y, en voz queda digo que todo lo que tenía que decir, ya lo he dicho en mis escritos y no tengo nada más que añadir.  En la pared hay un cuadro de Rembrandt, el gigante de las sombras, esas que reinan en el bosque por donde he llegado caminando. Ahora hay niebla y, bajo ella, las casas adquieren un halo de misterio. El silencio es flotante y el perro de la familia entra y sale de la niebla azulada en el exterior. Finalmente, la conversación se vuelve a la pasta a la napolitana y al borgoña con su voluptuosidad de rubí. La dueña deja entrar al can y al salón de la casita de madera arriba un aire suave de perla turbia.  A pesar de la calma, Maricruz rompe la tregua y me acusa de ser un burgués, un liberal y un señor con taras gravísimas para el desarrollo de la humanidad. Mantengo la calma, valoro al adversario cuan se tratara de un combate de esgrima. Finalmente opto por un nuevo silencio motivado porque todavía hay otra botella de Borgoña enfriando que hay que degustar y, tras los postres, lecturas de poemas. Demasiado riesgo. Le doy la razón, y me levanto para hacer una declaración formal de reconocimiento; soy un burgués amante del orden, un liberal que piensa que los demás pueden estar en lo cierto, y yo, ser el equivocado. La mujer se da por satisfecha justo cuando en el cielo apagan relámpagos y el cielo, con su pirotecnia celestial, anuncia una tormenta de aupa. Apuro el vino y pienso como el sol hispano ha calentado, como nadie, la superstición, la intolerancia y el cainismo. Prefiero la noche, a Noctiluca y sus misterios en donde es mucho más fácil disfrazarse de sombra. Comienza a llover.

Sergio Calle Llorens


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