Una fotografía recoge un instante detenido en el tiempo que
jamás volverá a ser vivido de la misma manera. Cada escena puede servirnos para explicar los momentos claves de nuestra existencia, un
momento de belleza o de enorme dolor. Durante años he ido captando lugares y
personas que me han arañado el alma. Ayer mismo, sin ir más lejos, tuve el
placer de contemplar un rato la luna por el cielo ligeramente velada por una
bruma fina en una suspensión suave sobre el mediterráneo. Olas marinas que se
rizan en busca de su playa malagueña. Capté el momento y lo guardé en algún
rincón de mi memoria donde, por cierto, conservo el material que necesito
cuando las cosas no marchan.
A veces las imágenes bellas contrastan con esos momentos
feos de la vida que, ni aún queriendo, la cámara quiere recoger. Uno de ellos,
fue protagonizado allá por los noventa por el parlamento de Andalucía que
presidía el ínclito Diego Valderas. Toda la asamblea regional envuelta en una
enorme carcajada por el error sobre el sexo de un parlamentario; risas y más
risas que dieron la vuelta al mundo. Y es que la gracia andaluza no se puede
aguantar. Salieron entonces los típicos tópicos sobre el arte de los sureños. La
escena me dejo perplejo entonces. No entendía de qué se reían sus señorías, pero
ha pasado el tiempo y, ahora aquellas carcajadas adquieren un siniestro
significado.
Las risas eran el resultado de saberse cretinos y estar
cobrando un pastón, sin merecerlo. Derecha troglodita a un lado e izquierda al
otro como máxima representante del latrocinio. En realidad, los diputados reían
desde su nacimiento pues ni en sus mejores sueños se habían imaginado un festín
semejante.
Sergio Calle Llorens
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