Me pueden fallar los amigos, los familiares y hasta los
atardeces rojos del mediterráneo pero jamás el Rock and Roll. Mi idilio de amor
por esa música mestiza y mágica comenzó como uno de mis grandes amores; en el
rompeolas. Escuchaba el rumor de las olas que arribaban para besar su playa
cuando escuché una canción de otra época y lugar que me cautivó el alma.
Desde entonces acudo a beber en las fuentes de Elvis, Buddy
Holly y todos sus descendientes, y me pierdo en las avenidas gloriosas de las
bandas vocales norteamericanas con su Doo Wop. Bandas con nombres de pájaro
cuyas alas me elevan por encima de la bruma marina para escapar de los
guantazos de pelotari que te da la vida.
Una canción habla de lo necesario que es el Rock and Roll y
de lo prescindible que es el cuero. Tan imprescindible como el blues o el
swing. Música urbana hecha por inconformistas para rebeldes. El invento musical
que corre por mis venas y que me hace sonreír por donde quiera que vaya.
Sin el Rock and Roll no hay nada porque aunque soy el
resultado casi matemático de una luz, un mar y un clima mediterráneo, es la
comunión rockera lo que me completa como hombre. Fácil de entender para los
amantes de esta música, imposible para los neófitos en la materia.
Se necesitan cuarenta músculos para arrugar la frente y sólo
quince para sonreír Yo hago mucho lo segundo y cuando el Rey del Rock and Roll
acude a la cita de la noche, lo hago hasta en sueños. Suelo levantarme
fielmente a las doce y él atraviesa la avenida que separa su mundo del nuestro,
para entonar juntos algo a media voz. Entonces el mundo se detiene; confesiones
sobre mujeres, risas y más canciones. La magia del Rock and Roll que bailan en
los rincones de las ciudades los tipos más duros que puedas imaginar. A veces
las serenatas nocturnas suenan algo espectrales pero vale la pena la
experiencia para poder seguir navegando en el azaroso mar que es la vida.
¡Gracias Rock and Roll!
Sergio Calle Llorens
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