No sé si por deformación profesional o por alguna otra razón
que no llego a entender del todo, siempre me he guiado por los sonidos más
extraños. En el campo puede ser el canto de un grillo o el ulular del viento
golpeando contra los ventanales del viejo caserón. Creo que los seres humanos
hemos aprendido a imitar todos los sonidos de la naturaleza haciendo música, la
misma que salía de ese viejo piano en aquel día de primavera. Era tarde y
cenaba solo, como casi siempre. Los sonidos del restaurante eran variados y
típicos de una velada donde las parejas se hacían confesiones al oído. Yo
apuraba un vino sentado a mi mesa mientras trataba de captar la atención de mi
mujer deseada. Era joven, pelirroja y tenía unos labios carnosos que captaron mi
atención desde el principio. Nunca había hablado con ella, ni pensaba hacerlo
jamás. Yo sólo quería poseerla. Sabía que sólo conmigo ella podría llegar a
hacer realidad sus anhelos prohibidos. Puede que suene pretencioso pero lo
cierto es que somos pocos los hombres que vemos con una mirada, otros, la
mayoría en cambio, siguen sin poder distinguir las señales que manda una mujer.
En mi caso, ella los lanzaba sin poder
evitarlo. Sus miradas furtivas, su juego
de piernas, sus silencios y su eterna manía de atusarse el pelo me conducían a
una sola conclusión. Yo lo sabía, y ella sabía que yo lo sabía.
Todo empezó cuando la vi entrar sola en un cine. Vestía un
traje blanco muy ceñido a juego con un bolso. Por un momento pensé que ella
venía acompañada. Se sentó en una esquina y sin pensármelo dos veces me senté
cerca. Fue la primera vez que la tuve cerca. La oí reír. Creo que fue al final
cuando la magia del cine llegó a su final y se encendieron las luces cuando
ella pasó junto a mí. La atraje hacia mi cuerpo y ella se estremeció, pero pudo
más su temor y salió de aquel cine azorada. La seguí por las callejuelas
estrechas del centro. No me dejé ver hasta que ella volvió la cabeza y me
sorprendió. Su cara mostraba deseo y temor. Desde entonces ambos nos convertimos
en una obsesión, en un enigma que tarde o temprano tenía que ser desvelado. Al
día siguiente volví a seguirla hasta unos grandes almacenes donde fue
acompañado de su hombre. Entró en unos probadores y justo cuando entró en uno,
yo aproveché para colarme en el probador de al lado. Oí como caía su falda y
sin dudarlo introduje una nota por debajo. Ella la cogió y me tomó la mano. Mi
plan comenzaba a tener resultado. Horas más tarde, sonó el teléfono. Paré a
Elvis justo cuando comenzaba a entonar su little sister en su concierto en vivo
de 1968. Era ella, y sin dejarle tiempo a que me dijera nada, le ordené que
siguiera mis instrucciones para el día siguiente. No le di opción a que
protestara y colgué el teléfono. Dejé que el chico de Tupelo siguiera reinando
en la noche. Me sentí el hombre más afortunado. Sabía que me estaba
aprovechando de la torpeza de otros hombres, de lo poco que escuchan, de lo
insensibles que son a veces, para conquistar el alma de sus mujeres. Llegó
puntual y abrió la puerta con torpeza. Dejó caer su abrigo y me buscó en la
oscuridad. Cumplió mis instrucciones a raja tabla, nada de luces, nada de
conversación. Tan sólo debía sentarse en una silla que encontraría en el centro
de la habitación….. vacía.
Se sentó y me incorporé de mi escondite. Ella me buscaba
pero yo me movía de esquina a esquina sin acercarme a mi objetivo. Ella
suspiraba nerviosa hasta que me arrastré hacia ella. Si había cumplido con mis
órdenes, llevaría unos zapatos rojos y unas medias negras hasta los muslos. Mis
dedos comenzaron el viaje mientras ella se estremecía y trataba de atraerme
hacia ella. Uno de mis dedos se adentró en su sexo como herramienta experta y
adoptó la posición correcta para alcanzar su punto g. Ella lo había intuido
siempre pero hasta ese momento no fue plenamente consciente de su existencia.
Dar placer a una mujer es igual que cortar una viña, que puedes hacerlo de tres
maneras diferentes: Se puede hacer para el presente, lo cual es bien poca cosa,
para el pasado, que es una pérdida de tiempo y para el futuro, que es lo
inteligente. La pelirroja no olvidaría nunca mi forma de llevarla al paraíso.
Mis caricias se centraron también en uno de sus pezones. Así con sólo dos dedos pude hacer que su cuerpo
danzara sin freno, hasta que su cuerpo sufrió una sacudida indescriptible.
Entonces le abrí los muslos y mis labios accedieron a la cueva de sus secretos.
Succionaba con gusto y bebía su néctar prohibido. Ella no paró de gemir y de decirme gracias hasta que un nuevo orgasmo
la hizo caer de la silla. No lo dudé y la tomé con fuerza contra la pared.
Había llegado el momento de penetrarla por detrás, aun sabiendo que aquello no
le gustaría en un principio, pero debía mostrarle el camino de su propio
placer, la vereda de su propia felicidad. Fue una penetración intensa y
robusta. En un principio me moví en círculos para que se acostumbrara al tamaño
de mi miembro, hasta que alcancé el ritmo desenfrenado que ella necesitaba.
Fueron 15 minutos en los que su punto G fue alcanzado por mis furiosas acometidas.
Ella aullaba de placer y yo de satisfacción. Mis ojos que ya se habían
acostumbrado a la oscuridad pudieron ver unas nalgas generosas y prietas.
Combinaba cachetes con fuertes tirones de pelo hasta que un orgasmo múltiple
sacudió todo su cuerpo y cayó rendida al suelo. La levanté y seguí con aquello
hasta que me sacié; Quién eres, parecían decir sus ojos. Sabes quien soy, y
mientras decía esto le di un papel con las nuevas instrucciones para que cada
cierto tiempo acudiera al lavabo de señoras donde iba a tomarla de nuevo, ahora
esperaba la cena. Ella con su ridículo marido, yo en mi soledad buscada, desde
donde podía observarla. Creo que su mirada me pedía más y más. En ella yo podía
leer sus ansías de que la hiciera mía de nuevo, pero también la imposibilidad
de comprender quien era yo realmente. Le eché una última mirada mientras
apuraba el postre, y pagué la cuenta para desaparecer del restaurante del hotel
donde había tenido lugar nuestro primer encuentro. Pasé justo a la ventana
donde la pelirroja me pedía que volviera. Pero no la miré.
Era necesario para
ejecutar la segunda parte de mi plan que ella sintiera el vacío de mi ausencia.
Que sufriera por la posibilidad de que yo jamás regresaría para amarla. Supe
que ella sufría cuando crucé al otro lado de la acera y me perdí entre las
sombras. Recuerdo que llovía en aquella noche de primavera. Sentí como las
gotas me alcanzaban tímidamente. Tenía una sensación de triunfo que contrastaba
con la sensación fugitiva y huidiza de la noche acuosa. Era una lluvia
instalada sobre la tierra que parece caer a horas fijas en estas tierras. El
cielo se había puesto iracundo y febril en mi primera noche de amor con la
pelirroja. No había metáfora mejor para lo que habíamos vivido juntos. Me
sentía el hombre más afortunado del mundo mientras aquellos chubascos ruidosos
se abrían paso hacia la extasiada soledad y luz tibia del mar. Aligeré el paso
cuando mis pensamientos se centraron en nuestra discordante y absurda
existencia, donde todo lo bello ha sido creado por la naturaleza; como aquella mujer de piel blanca y labios
carnosos, como la diosa noctiluca, como los bosques o como los ríos en su viaje
eterno hacia la profundidad de los valles. Pensé en lo inútil de la vida si no
se tiene mi esencia, la esencia de la noche salvaje encarnada.
Pasaron tres días
cuando una nueva nota arribó a sus manos: Las nuevas instrucciones.
Quién era yo seguía preguntándose. Mi amiga no llegaba a comprender la naturaleza de mi propia
esencia. Tal vez tú puedas leer entre líneas y decirme quien soy yo realmente.
Pero si quieres que el velo de Isis se aparte para que puedas comprenderlo
realmente, adéntrate en el bosque a la hora del crepúsculo y camina hacia
delante, si eres lista y quieres ver mi verdadero rostro, prosigue el camino.
Seré yo el que me muestre a ti. Hasta ese momento lamento que sigas dormida en
ese mundo al que los humanos llamáis realidad. Entonces no tendré más remedio
que visitarte cada noche en tus sueños ocultos.
Sergio Calle Llorens
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