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jueves, 9 de agosto de 2012

MÁLAGA


Málaga anochecía reflejada en el puerto mientras el Castillo de Gibralfaro seguía suspendido entre el cielo y el suelo. El susurro de las olas rompiendo contra los espigones acariciaba el silencio, y la luna, ay la luna, dibujaba un barquito de plata en mi patria salada. Ante el espectáculo, decidí cerrar los ojos para ver si aquella maravilla era un sueño. Afortunadamente, al volver a abrirlos, todo seguía en su sitio. Sonreí feliz por hallarme, por fin, junto a la mar, la misma que lo devuelve todo después de un tiempo, especialmente los recuerdos. Ni siquiera el viento de levante es capaz de llevarlos muy lejos. Cerré los ojos de nuevo y aspiré el olor a salitre. Me sentía bien sintiendo la ciudad que emergía entre la brisa marina.

Apuré la cerveza bien fría para recordar como Málaga se ha convertido en la primera urbe de la taifa andaluza. Sí, Málaga, esa hermana conocida como la cenicienta. La ciudad cuyos museos son los más visitados, y cuyas empresas son las más numerosas. En otras palabras, la que más aporta a las arcas andaluzas. Sin Málaga y sin Almería, Andalucía sería económicamente inviable. Por ello, no hace falta ser licenciado en ingeniería óptica para adivinar que lo único que le interesa a la Junta es mantener a Málaga pagando la temporada del equipo andaluz que, dicho sea de paso, siempre termina colista en el campeonato. Además no haya proyecto malagueño que no acabe cubierto de polvo en los cajones del ente político andaluz, donde esos entrañables pollinos solípedos suelen, con sus coces, dañarnos todo lo que pueden.

Pensaba en ello cuando una estrella fugaz cruzó la bóveda celestial. Tomé la escena como una señal para que pidiese otra birra y siguiera con mis reflexiones. Entonces, llegué a la conclusión siguiente; Darwin, de haber vivido en Andalucía, habría concluido que el político andaluz desciende del cerdo, porque en cada organismo autonómico hay 9 de cada 10 chorizos esperando a ser descubiertos. Por su parte, Freud habría resuelto que los votantes andaluces sufren de esquizofrenia. Esa enfermedad en la que la mente se va deteriorando día a día, y en la que finalmente, los enfermos no saben distinguir entre la ficción y la realidad. La verdad es que ambos grupos tienen de ciudadanos útiles lo que yo de coleóptero.

Ante este panorama, los andaluces, como el resto de españoles, todavía no se han dado cuenta de que deben deben elegir entre el estado autonómico y el estado del bienestar. Yo, obviamente, opté por la segunda opción hace años. Una opción que nos permitiría romper con el yugo de esa casta política que hace nacionalismo de campanario para vivir, como no, del sudor del de enfrente. Deshacernos de ella, debe ser nuestra primera prioridad para que un día, espero, no muy lejano, tengamos un nuevo amanecer dorado de alba, como esos edificios malagueños reflejados en su mediterráneo.

Sergio Calle Llorens

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