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miércoles, 11 de abril de 2012

SIN PERDÓN


En el mundo árabe las mujeres infieles son apedreadas por sus retrógrados maridos con la intención, claro está, de colocarlas en el otro barrio. En el mundo occidental, en cambio, las mujeres son infieles cuando se colocan. La mayoría de los hombres preferimos a las féminas del mundo libre, más que nada porque con éstas siempre existe la posibilidad de colocarles un regalo entre las piernas, sin que nos toque la Pedrea de los hijos del profeta. Y hablando de colocaciones, hace unos meses coloqué un vino en el mercado que todavía no he tenido la fortuna de cobrar. Como el tema tiene mucho que ver con las formas sureñas, hoy les voy a relatar mi patética vida como distribuidor de vinos.


Mi familia, comercialmente hablando, está marcada por un suceso inexplicable que, de tanto en cuanto, nos viene a la memoria; y es que un tío lejano dijo no, con un par, a ser representante de la Coca Cola en España. Su respuesta, ya pueden empezar a reír, fue la siguiente; “Aquí ese líquido oscuro no se va a vender nunca, porque los españoles sólo bebemos vino”. Muchas décadas después, todavía el amigo americano se sigue riendo a carcajadas de la visión comercial de mi pariente. Imagino que con esos antecedentes, uno no podría salir bien parado en la aventura de los caldos, porque una cosa es beberlos y otra, bien distinta, cobrarlos.


Uno de esos establecimientos que me debe una pasta considerable tiene nombre de gitana, y está ubicado en la capital malagueña. Curiosamente, en el restaurante acudió a la bodega con la que llegó a un acuerdo de cobrar a reposición. Sin embargo, desde que cumplí con el acuerdo, el dueño del restaurante lleva meses en paradero desconocido y sus antipáticos subalternos corren despavoridos cuando me ven cruzar el umbral. En su descargo, todo hay que decirlo, tengo que añadir que enfadado, soy más peligroso que Pinocho haciendo el 69. Así que a nadie le extrañe la reacción de esos tipos. Lo que sí debería extrañar es la cantidad de veces que me han citado en el restaurante para nada. A veces, mientras esperaba a que alguno de ellos me diera la noticia de que tampoco iba a cobrar, me imaginaba protagonizando un western en el que me vengaba de esos tipejos a base de tirar de pistola. Ya me entienden, Bang, Bang, y a cenar con el altísimo. Un servidor convertido en un forajido con un áurea mística nacida del horror de haber sido timado por empresarios privados y organismos oficiales. Tras degustar la imagen de mi pistola humeante que ha acabado con los que se creyeron más rápidos y listos que yo, borro la imagen de mi testa para marcharme con mi cabreo a otra parte, aunque a veces al salir por la puerta, sigo teniendo ganas de ser como Clint Eastwood en Sin Perdón.


La verdad es que he hecho tanto el lila en los últimos meses, que me siento como el vampiro de Barrio Sésamo. Incluso hoy, fíjense que tonto, sigo sin querer dar los nombres de los restaurantes, centros y bodegas que me han amargado la vida en las últimas hojas del calendario. Temo que si lo hiciera, pagarían justos por pecadores. Y no me gusta pasar por la vida haciendo daño a gente que no lo merece. De cualquier forma, soy de la opinión de que la vida es un boomerang y que todo mal que me han inflingido, les será devuelto con creces. Tal vez entonces recuerden a este servidor tratando de reunir el dinero suficiente para colocar mis posaderas en otro sitio. Cuando les llegue la hora de pagar su maldad, unas palabras serán arrastradas hasta sus oídos por un ardiente viento sureño; SIN PERDÓN.


Sergio Calle Llorens

2 comentarios:

  1. Vuelve el rebelde del sur más irónico y contundente. Enhorabuena.

    Paco Garcìa

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  2. Maravilloso blog hermano.

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