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domingo, 29 de abril de 2012

MI FANTASMA

Cuentan en los países celtas que existen pasajes secretos entre la parroquia de los vivos y de los muertos. Algunas almas errantes conocen esos extraños senderos. Ella también es experta en esos arcanos. Por eso se cuela en mi dormitorio, aprovechando el mapa de mis melancolías. Todo termina con un alarido que me arranca de la pesadilla. Al menos, es lo que me gusta pensar, aunque a veces juraría que el espectro de esa mujer estaba, unos segundos antes, a los pies de la cama.

 El otro día paseaba, para reponerme del susto, por los acantilados. Con un cielo anaranjado y la silueta de la isla de los naufragios recortada en la distancia. La mar seguía siendo turquesa que, es el color que hechiza a las gaviotas. Obviamente me acordé de ella y, como no podía ser de otra manera, enfilé el camino de la botella. Fue un sorbo amargo sobre un tonel de roble que conserva el recuerdo de una tarde en la que me aseguró que moriría joven, y yo nunca le llevaría flores al cementerio. Un dolor que baila arrancando tristezas en el pentagrama de mi memoria. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas hace más dura, si cabe, la añoranza del pasado. Porque fui yo quien la dejó tirada. Háganse cargo, veinte años y muchas ganas de conocer otras patrias que, en mi caso, son las caderas de una mujer. Me fue difícil decir adiós a aquella delicia pelirroja. Pero lo hice, me marché y no miré atrás.

Años más tarde, ella renació, como una niebla espesa, en la mejor seda para envolver la pasión. Durante un tiempo, fundamos nuestro porvenir en la añoranza del pasado. Un buen día, fue ella la que desapareció. Supe que se había casado en Uruguay con un chico de Madrid. Su vuelo nupcial parecía indicar el final de la historia. Mi corazón estaba a la intemperie pero, como soy hombre de recursos, lo tapé con un buen abrigo esperando a que el hechizo de sus besos pasara. Y por supuesto, pasó la estación del desamor, y mis pasos caminaron por tierras ignotas, pero agradables.

 Una fría mañana recibí en Odense, donde residía, una postal suya con un mensaje críptico; “There are two sides two every story”. Finalmente me invitaba a reunirme con ella en Amberes. Nunca acudí a la cita. Si es cierto que hay dos lados de cada historia, yo no quería saber el suyo. De nada sirvieron sus súplicas ni sus ruegos. Acepté, eso sí, tener una cita a mi vuelta a Málaga. Juro que verla de nuevo, fue como si no hubiesen pasado los años. Estaba bellísima, elegante, enigmática y con esa extraña forma de mirarme que me hacía sentir como el único hombre del planeta. Fue la última vez que nos disfrutamos. Volví a marcharme hasta que alguien muy cercano a ella, me llamó para decirme que había muerto víctima de un ataque cerebral. Fue en un mes de abril mientras se preparaba para volver a casa por semana santa.

 Recién retornado, decidí acudir al cementerio para depositar unas flores en su tumba. Llamé a una amiga común de la universidad a la que confesé nuestra aventura. Ella, me desveló los secretos de una dama que vivía romances con diferentes hombres. Poco a poco me fue desgranando las claves para entender los misterios escondidos bajo una cara angelical, y un cuerpo hecho para el pecado. Ocurrió a los pies de su sepultura. Por fin, pude completar las piezas del enorme rompecabezas de su vida. Pasaron por mi testa recuerdos de extraños movimientos y miradas furtivas. Creo que mi amiga entendió mi turbación, y por eso me dedicó un cálido abrazo. Así como sin querer, dejé caer las flores en la tumba de al lado. Después de todo, su moradora era igual de desconocida que mi antigua amante.

 Guardé bajo llave, y durante años, aquellos recuerdos hirientes. Tiempo en el que mi piel salada intercambiaba amores y baladas tristes en la singladura de las almas gemelas. En el proceso, me encontré a mi mismo. Mi travesía íntima salió venturosa y no hay nada de lo que me arrepienta. Sólo que cada mes de abril, el fantasma de esa mujer acude a mi lecho. Parece preguntarme por sus flores, esas que ella decía que nunca le llevaría a su tumba del camposanto. En esos días, me siento infinitamente culpable. Sin embargo, hasta ahora, no he tenido fuerzas suficientes para intentar enfrentarme a la posibilidad de llevarle unas rosas. Tal vez algún día pueda romper mis reticencias de cumplir con la mujer que, ya de muy joven, conocía su triste destino. Pero saben, como ella mismo decía; Hay dos lados de cada historia. Y la mía se entiende por la búsqueda de las cosas que tienen el color de la luna. Ya tendré tiempo, espero, de desafiar los sueños de ceniza y su color oscuro.


 Una vez más, te vuelvo a pedir perdón.


Sergio Calle Llorens

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