Contemplo la
impresionante luna del ciervo sobre las aguas del Mediterráneo. Los rieles
de plata de Noctiluca crean una autopista encantada. Las olas vienen transportadas
por una brisa exquisita. Acabo de volver de bañarme en esas autopistas marinas y, al girar la cabeza , el pequeño pueblo parece suspendido misteriosamente sobre los Acantilados
del Cantal. La postal es tan bella que alcanza a categoría de fantasmagoría y,
entonces, los recuerdos se desparraman ante mis ojos. Ella tenía el pelo
azabache, la mirada dulce y unas garras de terciopelo que me desgarraron el
corazón con la precisión de un cirujano. Por no dejar, no dejó ni entrañas sin destripar.
Su imagen parece llamarme desde algún rincón del ático de mi memoria. Su lindo
rostro comienza a cubrir las aguas de plata. Por un ligero instante puedo oler
su dulce perfume y una sonrisa bobalicona aparece en mi cara a pesar de los
pesares y, a pesar de saber que lo más especial que tenía era mi forma de
mirarla.
Creo que me enamoré de ella antes de
conocerla. Fue en un
verano interminable cubierto del néctar de la vida; una mirada furtiva, su piel
morena, su cara pecosa y un beso robado en un barrio junto al mar. Al
recordarla no me siento solo porque siempre he estado solo. En esta profesión,
después de todo, la pluma hace buenas compañeras de cama, pero el amor con mayúsculas
siempre es esquivo, pero yo he tenido la fortuna de vivirlo. Ella fue mi musa, mi sueño imposible, el amor de juventud a
la que todavía hoy sigo queriendo, aunque de otra manera, aún sabiendo que jamás
habríamos sido felices juntos. Con ella aprendí la verdadera dimensión del desamor,
el significado de los suspiros en la madrugada y la ilusión que trepaba por mi
pecho como una planta enredadora cada vez que escuchaba su voz. El arrullo del
mar con esta mágica luna me trae el eco de su nombre que suena al poema que le escribí y que afortunadamente nunca leerá. ¡Fue un placer! ¡Fue un auténtico placer!
Sergio Calle Llorens