El Estado
autonómico español es, además de insostenible, un guirigay cómico que parece
sacado de la obra del gran Fernando
Vizcaíno Casas: las Autonosuyas. El despropósito en esta ocasión es el
alarmante informe presentado por la Federación de Gremios de Editores de
España. Una denuncia en contra los 450 textos normativos diferentes, entre
leyes, órdenes, decretos y resoluciones en relación a los contenidos curriculares
que resulta en la elaboración de 17 versiones distintas para el libro de la
misma asignatura.
He aquí el despropósito: Los valencianos
exigieron eliminar cualquier mención a Fernando
Lázaro Carreter porque éste sostenía que el valenciano era un dialecto del
catalán y no a la inversa. Los catalanes, también muy puntillosos ellos,
presionaron para eliminar cualquier mención a los Reyes Católicos mientras introducían la aberrante denominación
de la Corona catalano-aragonesa que, por más que se empeñen los de la matraca
identitaria, no aparece en ningún texto
de la Edad Media porque sencillamente no existe. De momento, que se sepa, no
han incluido a Colón, Santa Teresa de
Jesús, Hernán Cortés, Juan Sebastián Elcano y el oso Yogui en la lista de
catalanes ilustres de la historia. Todo
se andará.
En España, tristemente, no existe pacto
educativo porque los padres y las madres de la patria- lenguaje inclusivo,
Sergio- sólo se han puesto de acuerdo en
subirse el sueldo en las últimas legislaturas.
Así que a nadie debe extrañar que nuestros políticos, también conocidos
como los que viven del sudor del de enfrente, no resuelvan el asunto del
currículo homogéneo. Y mucho menos que apliquen el saber científico en la
elaboración de los libros de textos. Lo suyo es presionar para que estos
manuales de estudio señalen, pongamos por caso, al bable como la lengua con más
futuro al sur de la Florida o,
mantengan a Miguel Ángel Revilla y Blas
Infante como los pensadores más relevantes que ha dado occidente a lo largo
de su frondosa historia.
De todo lo
anterior se deduce que las autonomías no nacieron con un pan debajo del brazo,
sino con una caja registradora para pagar las locuras más variadas. También
entendemos que las taifas hispanas deberían haber visto la luz con un libro de
instrucciones para quemarlas. Y es que ahora, por mucho que nos cuente
reconocerlo, va a ser muy difícil echar abajo las autonosuyas cuyo único objetivo no es el Estado del bienestar
sino el bienestar del Estado.
Al menos las regiones del presente sirven, y
esto es muy jodido, para dar mal ejemplo. Y si no me creen, miren a Canarias cuyos dirigentes se han negado
repetidamente a que en los libros de textos se incluyan los ríos porque
Dios, que es un cachondo de cojones,
decidió que en esas islas no los hubiera. Lo que, bien pensado, es un crimen geográfico
sobre el que el Parlamento insular debería debatir cuanto antes. Confío en que
los dirigentes de Canal Guadalquivir
sepan perdonarles la afrenta de no mencionar su patria acuática. En defensa de los políticos
canarios, si es que tienen defensa alguna, hay que decir que viven con una hora
de retraso. Y hablando de retrasos
graves; ¿Saben ustedes la causa por la que os dirigentes andaluces pusieron el
grito en el cielo al leer algunos libros de textos destinados a su región? No, no fue porque señalase a Andalucía socialista como la región más
corrupta de Europa, ni siquiera por
mencionar a Carmen Calvo- que no
tiene ni un pelo de lista- cuando confundió la voz latina dixit como Pixie y Dixie, sino porque las editoriales
olvidaron incluir la foto de un tambor rociero. Un hecho que nos lleva a una
conclusión definitiva: los libros andaluces de anatomía no deberían incluir, al
igual que Canarias con sus ríos, la palabra cerebro.
Sergio Calle
Llorens