lunes, 27 de marzo de 2017

¡PAZ!


Me pregunta un lector la causa por la que ya no escribo sobre la República bananera de Andalucía y, aunque no le debo nada, quiero compartir esto con él y con todos ustedes.

 Verán, un día yo pensé que podría ser como Bernardo de Gálvez forzando la bahía de Pensacola. Ya saben; al grito de “Yo solo” y la Armada me seguiría. Sin embargo, en mi  caso todos miraban para otro lado mientras me machacaban a cañonazos. Mi petulante desvarío por cambiar las cosas en el sur ha terminado en que la mayoría se cambiase de acera. Ahora mi cadáver avanza en una procesión envuelta en una lluvia estática y monótona.

 Antes pensaba que merecía la pena aventurarlo todo por la libertad. Hoy, en cambio, reconozco que estaba completamente equivocado. Aquí las gentes avanzan pero no prosperan y es imposible salvar a quien no quiere ser rescatado. He reflexionado mucho contemplando esas gotas diamantinas llamadas rocío y la única conclusión posible, al menos yo soy incapaz de encontrar otra,  es que los sureños merecen estar cien años más bajo el yugo socialista. Ni mi pluma, ni mucho menos mi vida, volverá a estar relacionada con la tierra con el mayor número de tontos por metro cuadrado del mundo.  Que al que Dios se la dé, San Pedro se las bendiga. Pero nunca, jamás me volverán a ver marchando con un grupo de andaluces superior a dos personas.

Aclarada la incógnita, voy a seguir dando paseos  en este pueblo de la costa. La soledad, al lado de la mar, es una nostalgia alegre. Observaré los espumarajos de las olas y esperaré a que las campanas de la Ermita vuelvan a tocar por el alma de aquellos que perecieron en esas autopistas saladas que llamamos mediterráneo. Caminaré, por tanto, sobre esa fina arena de la playa bajo el embrujo de un horizonte vivamente azul con su perfume marino que dice; ¡Paz!


Sergio Calle Llorens

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